Cuarenta y dos años y ni un gramo de madurez. Atrás queda un año, otro más. Un año bidimensonal, dicotomico y algo trágico. Empecé con la mayor ilusión que podía tener, tan grande que minusvaloré el riesgo. Feliz, contento y con una sonrisa que me hacía dar todo lo que tenía. Hasta que entrado el nuevo año mi perfil de perdedor se dibujó sobre un cuento. Fue tan trágico el final que las lágrimas llenaron un manantial.
Noqueado y sin capacidad de reacción. De lo malo no se aprende, aprendí de las personas que generan las situaciones dolosas y sobre todo aprendí de la personas que crean un chaleco salvavidas de las situaciones trágicas.
Una llamada, una cerveza, un paseo y sobre todo unas pedaladas. Y siempre, siempre alguien en quien confiar.
Empecé a subir los puertos cuando de bueno otro zarpazo a lo más profundo del alma. Tan diferente la estocada pero la herida no dejaba de manar sangre.
Con lo bueno se gana y con lo malo se aprende.
De nuevo pedales, un hombro y a seguir. Horas de soledad peleando para llegar aún más alto. Y lo he conseguido, terminar esta puta mierda de año emocional como un toro y embestir cada pase que me tiraban.
No. No ha sido una puta mierda de año porque estaría llamando puta mierda a los míos. Ha sido un gran año porque ellas y ellos han estado. Que gran suerte tengo. Y quien no quiera estar…. Aire.
Este se presenta apasionante. Vamos a darlo todo. Y que cada desayuno sea el último.
Y tú, que eres uno de los míos, espero que me permitas seguir a tu lado.