Alberto, Manolo, Diana, Andrés, Jesús, Juan, Marcos, Luis, Ana y así podría estar citando nombres durante tanto tiempo que necesitaría unas cuantas líneas para completar todas las personas bonitas que han bajado por unas escaleras que conozco como la palma de mi mano, o mejor dicho, por el sonido del taconeo o la cadencia de sus pasos mientras la bajaban durante los últimos catorce años de mi vida.
Por esas escaleras han bajado personas con las que he disfrutado, he reído, he compartido, he vivido, con las que me he enamorado, de las que nunca olvidaré.
Con ellas y ellos he sacado mi mejor virtud, la de buen conversador. He sido terapeuta con ellos cuando después de su jornada laboral, y cuando a mí me quedaba lo más duro de ella por delante, les proporcionaba si ellos y ellas gustaban un ratito de distensión, de que me contaran sus preocupaciones y desvelos o simplemente contarnos lo que íbamos a hacer ese día.
He sabido escuchar y , también, he podido ser yo. Porque yo también me confesaba. He compartido viajes, gustos cinematográficos, disensiones sociopolíticas, angustias laborales, rutas ciclistas y sobre todo… mucho fútbol.
He abierto las puertas de este edificio tantas veces con la ilusión de encontrarme algo bueno, ilusionante, un reto. La mayoría de veces solo respondí con amargura al ver pasar una tarde, una noche. Otra tarde, otro atardecer, otra preciosa puesta de sol. Y otra. Y así durante catorce breves años.
He querido cambiar mi vida varias veces, eso si, menos de las que debería haberlo intentado. Y de diversas maneras. He sido feliz, he sido infeliz. Soy el amo de sus dominios.
Pero ha llegado el momento de decir adiós…. Con un grito de esperanza te digo adiós!
Lo que me queda es que alguna de esas personas hoy, todas amigos y amigas, son personas imprescindibles en mi vida. Me queda su puerta puerta abierta y sobre todo, de muchos, la escalerilla de subida a un avión. Decenas de pilotos que han bajado las escaleras hoy surcan los cielos del planeta a bordo de sus sueños que en algún momento compartieron conmigo, primero como alumnos, luego como instructores y siempre como compañeros.
Qué bonito es que lleguen fechas bonitas y poder enviar una felicitación a cada uno de ellos y ellas porque el recuerdo es bonito y la empatía es mutua.
Ay Manolo que solo te dejo en el inmenso pasillo, hoy casi de los horrores. Sabes de mi todo. Mis preocupaciones y desvelos, mis desamores, mis frustraciones, mis rutas. Como voy a echar de menos tu “yo no soy nadie para dar consejos…..” pero te pasabas el día preocupado por todo y todos.
Ahora por fin voy a poder contemplar todos y cada uno de los atardeceres. Ahora será mi responsabilidad disfrutar de ellos o no.
Hace unos meses una alumna en su último día de instrucción y después de cuatro años en la Escuela se dirigió a mi, por mi nombre. “Gracias Juan” me dijo dejándome sorprendido. “Gracias por que durante estos años nunca me ha faltado un buenas tardes o que tengas buen día y de verdad que agradecía siempre tus palabras por rutinarias que parecieran”. La puñetera pandemia impidió que le diera un abrazo de agradecimiento. Se que hay gente que ha valorado mi buena educación, siento ruborizado decirlo así. Pero siempre sentía que debía ser algo más que un conserje, ser el lado más humano de un trabajo o de una formación.
Hoy salgo por la misma puerta que tantas veces he abierto y he cerrado a cientos de alumnos, decenas de profesores y compañeros. Y me voy como los toreros, por la puerta grande.
No me importa quien no le haya caído bien o quien me haya llamado brasas.
Me quedo, tras catorce años, con su amistad, sus palabras, sus risas, sus abrazos, sus besos y sus buenos deseos.