Llego puntual a mi cita de médico de familia. Media mañana de un frío día de invierno, de esos que no apetece salir. En casa se está muy agustito pero la dra. Gómez me citó hace un tiempo para evaluar unos análisis que me solicitó. La sala de espera de su consulta está a reventar, muchísima gente, de todas las edades. Se que me va a tocar esperar. Por cierto, me doy cuenta que yo ya voy teniendo la mía. Menos de los que aparento y más de los que me gustaria.
Apenas saco el móvil y lo pongo en silencio cuando la señora que está enfrente de mi pregunta para que hora tengo cita.
- Para las once y cuarto, la contesto.
- Uy bonito, pues ya puedes esperar. Yo tenía a a las diez y media y mirame.
– Vaya panda! Usted ha visto si ha entrado alguien en el último cuarto de hora? Se piensa que una tiene toda la mañana libre esperando a que a los señoritos les apetezca trabajar. Como si no tuviera cosa mejor que hacer que estar aquí. Que tengo que hacer la comida a mi marido. Que verguenza!
-Aquí no hay más que gente paseando y encima salen de los cuartos estos mirando el móvil. Van y vienen y aquí no entra nadie.
Esas dos señoras retroalimentaban su ira hablando a borbotones . Yo a lo mio, leyendo twitter para informarme de lo que pasa en el mundo.
En ese instante, sale la paciente de la consulta. La doctora no llama a nadie y momentos después sale de su habitación caminando deprisa. La pierdo de vista al final del corredor.
-Vamos hombre! Lo que me faltaba. Madre del amor hermoso! refunfuñaba la señora.
-Que verguenza!, una hora que llevo esperando!
Mientras, el gentio en la sala de espera rezungaba a gritos, ví a la doctora apresurse en la vuelta a su consulta. No la dejaron entrar para preguntarle que cuando las tocaba.
-señora, hago lo que puedo! No se preocupe que cuando la toque, la llamo.
LLego al hospital en unas condiciones un tanto pintorescas. He tenido una caida tonta yo solo con la bici y me he lastimado algo relativo al hombro y las costillas. Un buen golpetazo cuando iba dándolo todo, casí al límite de mi capacidad. Una maldita piedra, una perspectiva visual demasiada corta y cuando me quise dar cuenta estaba en el suelo sin poder respirar y totalmente desorientado. Suerte que el coche que venía detrás de mi pudo frenar. Rápidamente llamó a una ambulancia y por lo visto ha tardado más de cuarenta y cinco minutos en venir a por mi. El médico de la ambulancia me dice que el hombro tiene mala pinta. Hay que ir al hospital, una revisión profunda de mi chasis.
LLego tan confuso que al ponerme en la camilla por mi vista solo veo gente de verde acelerada. Triaje y no se que pasos más hasta que me mandan a hacer una radiografía. Me lleva un celador en silla de ruedas. En el hospital hay mucha gente. El verde y el blanco predominan. Me dejan en una sala de espera .
-Ellos ya saben que vienes en silla de ruedas, ellos te ayudan a entrar.
No estoy solo. Una pareja parece inquieta. El señor está hablando a voces por el móvil.
– Pues aquí esperando para una puta radiografía, que llevamos más de media hora y aquí no sale nadie. Voy a entrar a ver que cojones pasa. Esto es una puta verguenza. No hacen más que tomar café y nosotros aquí, me cago en la puta. Se piensan que no tengo otra cosa que hacer.
-Por favor, le dije. Puede hablar un poquito más bajo, me duele mucho la cabeza de un golpetazo que me he dado hace un buen rato.
-Si es que me tienen hasta los huevos.
-Gracias por no hacerme caso, le espeté.
Sale alguien de la sala de rayos y me atienden a mi antes que a ellos. El hombre monta en cólera y protesta airadamente, vociferando. La auxiliar le dice que mi caso es, en principio más grave y urgente.
-Dame una hoja de reclamación! Ahora mismo! Tu te piensas que estoy aquí para verte tu puta cara. Voy a crujirte. Subnormal!
La auxiliar cerró la puerta de la sala de rayos.
-Que tengamos que aguantar esto día si y dia también…. En fin. Que te pasado?
Desde que tengo uso de conciencia he estado en una consulta de otorrino. Hoy es igual que otros muchos días. Vengo a revisión. Mis maltrechos oidos, rotos por minúsculas perforaciones, se pierden sonidos que rondan a mi alrededor, susurros que no interpreta mi corazón simplemente porque no los escucho. Me confundo, al identificar ese ruido, su procedencia, alterado por la desorientación.
Apenas se identifican bien las voces de los doctores que van llamando a consultas. La sala de espera está repleto de pacientes y acompañantes, algunos con malas caras. A mi lado una mujer con su hijo, debe rondar los diez años.
– Mamá, queda mucho para que nos llamen?
-No lo se hijo, si esta gentuza quisiera hacer algo pues ya nos hubiera llamado. Yo no se para que hay ahí dentro tantas personas para no hacer nada. Lo ves, hijo? Siempre así. Si tu padre está así en la oficina lo echan al segundo día.
-Y porque no quieren trabajar, mamá?
Luis Pablo Benalmadena Corrales, pase a consultorio 3. Saltan la madre y el niño de sus asientos. Como si el vagón de metro se fuera a cerrar y perdieran su viaje.
-Vamos, date prisa. Que estos capaces de no atendernos si tardamos mucho.
Estos son los mismos héroes que ahora aplaudes cada tarde a las 8. Exactamente los mismos. Con sus miedos y sus dudas. Con su vocación. Son los mismos por los que te emocionas escuchando «Los abrazos prohibidos» de Vetusta Morla. Con fidelidad a su acto de servicio. Son los mismos que antes, hoy y mañana piden lo mismo. Respeto y dignidad. Son los mismos.
Ellos son el sistema. Sobrevivimos gracias a ellos. Los que nos atienden con sus guardias… Tú trabajas algún día más de 8,9 o 12 horas? Pero ellos ahí están. Ayer y hoy. Son los mismos a los que adoro. Porque llevan años ejerciendo en el sistema público de salud. Sin ellos…más de uno no estaríamos aquí.