Por pocas horas no llegué a la vida en agosto del 77. Semanas antes, coetáneo, había nacido en Madrid un tipo igual de pobre que yo. Puede que nuestras vidas fueran paralelas o perpendiculares hasta la edad el número mágico: 17. En mi segundo año de juvenil, yo, central, gordo, lento, rígido, arrítmico, descoordinado jugaba a fútbol con más pena que gloria en el equipo de mi barrio. Bueno, lo de jugar es un decir, pasaba más horas en el banquillo que un utillero y aquí fue donde un entrenador, padre de un compañero de equipo, se fijó en mí pues daba más voces y con más criterio que el entrenador que teníamos. Renuncié a jugar el tercer año de juvenil por pasar al banquillo como segundo entrenador y delegado de equipo en mi querido Real Club Deportivo Ribert en la recién creada categoría de cadete regional. Casi a la par un chavalin bajito, narijudo, menudito cumplía su sueño debutando con el Real Madrid en La Romareda. Empezaban dos carreras prometedoras.
Nuestro primer año fue esperanzador. Yo recorrí muchos campos de Castilla viendo a geniales jugadores y Raúl conocía campos de España y Europa. Tuve el privilegio y honor de ir a la antigua Ciudad deportiva del Real Madrid a jugar un partido amistoso a petición de un tal Del Bosque que estaba interesado en un jugador nuestro que con quince años era internacional cadete. Jugamos contra unos desconocidos Casillas, Corona, etc; Raúl jugaba contra Guardiola, Mauro Silva, Laudrup….
En ámbitos diferentes, él era mi referente. Esfuerzo, entrega, pundonor, dignidad… eran actitudes que con 17, 18, 19 años veía como luces que tenía que seguir para conseguir las metas que quería en mi parcela. Esa camiseta blanca era la nuestra, la del Madrid, la del Ribert, blanco inmaculado repleto de ilusión.
En julio del 98 mi (prometedora) carrera de futuro entrenador se quebró con veintiún añitos, pero seguía pegado a la tele, a las crónicas de los diarios viendo a ese futbolista que dignifica el deporte como nadie.
Él siguió corriendo, siguió luchando, siguió empujando, siguió bombeando los corazones madridistas a base de un sacrificio que no se reflejaba en elogios internacionales y ocultaban su grandeza entre figuras mediáticas aduladas por el Marca, el As, etc… No cesaban sus sprints, sus galopadas presionando, su inercia hacia el gol. Era la razón de mi madridismo.
Sin un fútbol estilísticamente brillante, Raúl ejerció la profesión de futbolista en el Real Madrid dignificando su honor y el de la camiseta que portaba.
El pecado que cometió Raúl fue no ser estrafalario, no ser extraordinario en ningún aspecto del juego más que en el espiritual, no andar con mujeres busconas, pecó en ser modesto, en ser prudente en los medios de comunicación mientras en su club fichaban jugadores que influían negativamente en el juego de Raúl, especialmente Ronaldo y Zidane, que fueron alejándole del lugar más idoneo al madrileño. Raúl sufrió la locura de un presidente incognitivo y al zarandeo de la prensa mediatica.
Raúl, afortunadamente, se marchó con la llegada del innombrable portugues que ensucia la gloria de la camiseta madridista. Pero para contradecir a sus detractores y a los listillos, se fue a seguir haciendo lo que mejor sabe hacer: dignificar la profesión. El partido de ayer con el Athletic es un ejemplo para los niños y para todos aquellos que disfrutamos y soñamos con ser como Raúl.
A él no lo conozco pero tengo la sensación de haber vivido siempre con él, de ver en el espejo de mi casa la cara del esfuerzo y del sacrificio, y tambien del honor y la deportividad.
No es el lugar y supongo que si mi inspiración me lo permite escribiré otro articulo al respecto pero no es una locura pensar que Raúl está para jugar esta Eurocopa. Está a mucho mejor nivel que le llevó al Mundial de Alemania y junto a Llorente, Villa y Torres formaría un póker de delanteros estupendos por su diferencia de cualidades. Y Raúl se ha ganado ser sin duda, uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol mundial y para mi es junto con Xavi, Hierro y Puyol los mejores jugadores españoles de los últimos treinta años.
Raúl, siempre.