Apenas he visto sonreír al sol, un par de tardes se citó conmigo a solas, donde y él y yo nos vemos en la intimidad, y no se expresó como en las corrientes ocasiones, como otros tantos atardeceres. Se iba yendo poco a poco y parecía que no tuviera ganas de salir al día siguiente.
Las chicas guapas del pueblo escasamente han sacado a lucir su belleza. No han dejado que viéramos su sonrisa, ni lucieron sus portes más sencillos a la par de elegantes. No vi la dulzura de su mirada ni su mueca cruzándose con mis intenciones inocentes.
Los niños acababan antes de tiempo sus partidos de fútbol empeñados en que una maquinita les iba a regalar más felicidad que dar un pase de gol a un amigo o anotar un tanto entre los bancos de la plaza utilizados como porterías; ¡un gol! Goles que deberían ser sueños….
Ni siquiera Cañezo “el cojo” visitó a Gertru, la puta oficial del pueblo que además de buena persona regala felicidad, aunque sea momentánea, a cambio de unos cuantos tomates, pimientos y garbanzos.
No vi a Toñin “el fideo” irse bajando los pantalones enseñando sus partes nobles, costumbre que ejerce desde bien pequeñito y ahora se cree el mismo niño que hacía gracia cuando verdaderamente lo que da es pena.
Tampoco encontré ninguna noche a Tita “la pechotes” mancillar sus tetas a algún desesperado, en este pueblo atestado de solteros de buena posición siempre había alguno que aprovechaba algún día de cada verano los días en los que el marido o lo que sea de la susodicha, mujer fea donde las haya, pero con persuasivas razones para ser deseada, no estaba en su casa para escaparse de su aparente aburrida rutina.
Tampoco hay cartas sin enviar a las chicas que se iban del pueblo, a esas hermosuras a las que citaba antes, esas a las que casi no hablaba, pero a las que siempre observaba.
Lo que, si vi, fue mucha hipocresía. Demasiada. Todo inesperado. Solo espero que pueda volver a escribir lo contrario a lo aquí contado.
