[dropcap]S[/dropcap]iento una gran liberación, una ebullición de algo tan intangible como la paz y la calma. Parecido a cuando experimentas la solución de un problemón si bien ni ha habido tal problema ni arreglo a contabilizar, pero a esta hora de la noche, atacado por el desfase horario, tirado en la cama de este coqueto, recogido y acicalado hotelito de Bogotá padezco un sentimiento
http://elambulante.com/wp-content/uploads/2019/11/img_8691.movinefable en mi querida América Latina dispuesto a disfrutar de algo tan privilegiado como unos días de asueto, aventura y disfrute por la tierra colombiana.
Ahora soy capaz de emitir una tenue luminiscencia a la hora de hacer balance de este año que se me va, se nos va y no vuelve a pasar. Ni yo mismo daría un duro hace once meses por mí, no apostaría a jugada ganadora. Transité por tierras oscuras durante meses, atado al recuerdo de un amor melancólico y entregado y no correspondido pero hermoso y valiente. Fueron meses de estado de limerencia, de soñar algo que nunca jamás ocurriría. Pero a la vez era capaz de consolarme con las escapadas diarias en bicicleta y con marcarme pequeños objetivos.
No me arrepiento de la ingenuidad de padecer un estado nostálgico y algo apagado. Pero claro, llamar a eso problema es tener una visión demasiado reducida de la vida. Y sobre todo cuando alrededor existen verdaderos problemas. Y uno muy serio se añadió a mi catálogo esos meses, pero afortunadamente llegó, casi sin querer y sin buscarlo, el remedio en la vivencia natural de los días de verano en mi pueblo, en mi casita, en mi cuartel resilente de lectura y música con su patio y sus flores que regaba cada mañana. Fueron junto a mis amigos, imprescindibles en esta resurrección, dos meses tan intensos que el bajón adolescente que sufrí al volver a la ciudad recordaba más al capitulo final de Verano Azul que a la realidad de un cuarenton. Y a pesar de mi tiempo de convalecencia postoperatoria el estado mental era tal que el estado fisco era secundario. Un verano donde ocurrió el día más feliz mío sobre una bicicleta y unos días absolutamente radiantes en una boda de esas que acudes totalmente entregado a la causa. De aquellos meses saqué unos ratos de conversación con gente que la he visto toda la vida pero que no había hablado sosegadamente nunca. El cierre del telón veraniego fue grandioso.
El pecho es de acero, a prueba de balas, las almas que brillan son almas muy claras
Viva Suecia
Y la vuelta a la ciudad trajo unos días extraños, como si nunca hubiera habitado círculos nocturnos. Una serie de confusiones femeninas hacia mi como si no existieran muchos más tipos como yo y bastante más interesantes en la urbe. Una constante reclamación de mi presencia junto a señoras, señoritas y demás estados civiles que asimilé como pude. Pero tan hermosas y malditas que no las echo de menos. Que me perdonen, pero no echo de menos cualquiera de esos insignificantes instantes. No me gustan los juegos efímeros, los besos sin tacto y las cervezas por obligación. Yo que soy un tipo de una sola cama, de corazón polisémico y unidireccional , a ella si, a ella si que la echo de menos y es que a pesar del bullicio y algarabía, en la capital del reino se duerme muy bien.
Y ahora paz. Llegan días amables, la fuerza mayor que burbujea hacia una aurora hermosa. Si apenas hace día y medio estaba respondiendo a un cuestionario para cambiar mi vida ahora estoy acá, al otro lado del charco, dispuesto a empaparme de todo lo que va a suceder a mi alrededor.
Y aquí, en esta camita, mis dedos y mi corazón están inmarcesibles.
Canción para hoy: «Sincericidio», Leiva
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Fanfarrón de saldo