Lo a continuación narrado podría un buen guionista aliñar una buena historia y hacer un intrigante guión de cine, una buena película española; pero en realidad todo ocurrió un veinte de mayo de dos mil once…
Me había ido con un amigo de viaje vacacional por la bella Polonia, eso es innegable, no es bella es bellísima… Después de aterrizar en Varsovia y visitar Cracovia, Osviceim (Auswitch), Wroclaw, Poznan regresé a Varsovia para al día siguiente embarcar vuelta a casa. Pero en el último trayecto no se que sucedió. No se si perdí o me robaron la cartera, verdaderamente no se lo que aconteció pero en el amanecer del día veinte de mayo me vi desprotegido pues no tenía mi cartera con el d.n.i., con la visa, la tarjeta sanitaria, etc. Pero hubo una pizca de suerte que posteriormente se convertiría en primordial, tenía mi carné de conducir de los antiguos (ojo con el detalle) que serviría como pasarela para poder salir de la preciosa Polonia.
Sin inmutarme casi y al darme cuenta de tal desgraciado accidente a eso de las nueve o diez de la mañana me fui a darme un último paseo por Varsovia. Si. Yo estaba seguro que con el carné de conducir no tendría ningún problema para pasar los controles del aeropuerto. Pasaban las horas y mi preocupación era nula , como casi siempre que me ha pasado algo similar, suelo estar bastante tranquilo y parsimonioso en situaciones donde la multitud puede perder los nervios o alterarse por algo alegre. Después de mis últimas compras en la capital polaca efectuadas con dinero prestado regrese al hostel donde me hospedaba y aún no recuerdo ni como ni porqué salió una conversación con la amable chica que estaba en la recepción. Con mi ridículo inglés hablado a voces, mis limitados conocimientos de la lengua de Shakespeare pude llegar a comprender que lo mejor era hablar con la Embajada Española para asegurarme. Ya eran casi las seis de la tarde. La dispuesta recepcionista llamó a la Embajada y después de contar, en polaco, mi historia me pasó el auricular para hablar personalmente con una señora que en un perfecto español me dijo que sería imposible salir sólo con mi licencia automovilística y que a la mayor brevedad posible y con máxima urgencia tendría que presentarme en la Embajada, la cual, cerraba a las seis de la tarde. Y además debería hacerlo con dos fotografías tipo carné. Aquí se me hizo un poco de noche. Le dije que como demonios con todas las pequeñas tiendas cerradas o a punto de hacerlo me podría hacer yo dos fotos y lo más complicado de todo, llegar hasta la Embajada en una ciudad totalmente desconocida. La administrativa dijo que me bajara echando leches y que ya veríamos. En esto le explicó en buen polaco, huelga la razón, como llegar, que lineas de buses tenía que coger, adonde parar, dirección concreta. Salí despavorido hacia la parada de bus que conocía del entorno del hostel. Suerte tuve que era linea directa. Paré donde mi indicó la señora después de adivinar casi indescifrables carteles y llegué a una zona parecida a la de embajadas de Madrid. No había buena indicación, nula señalización de calles y el tic tac del reloj golpeaba mi pensamiento. Ya eran las seis y media…. Empecé a andar en dirección equivocada y harto pregunté a un chico que por allí estaba. Y la servidumbre polaca salió a relucir. Aquel chico anduvo conmigo el más de kilómetro que me había alejado desde la parada de bus hasta la misma puerta de la Embajada. En mi tormentoso inglés le di las gracias y le pedí que me esperara que le invitaba a una cerveza como agradecimiento a lo que después de pensárselo accedió.
Dentro de la Embajada me sorprendió lo sencillo y llano que resultaba aquel lugar. Una oficina como otra cualquiera, ninguna cosa protocolaria. Pero lo que me alegró saber es que me había estado esperando, de hecho me recibió en el jardín y en un español casi charro, me preguntó: Eres Juan? Aliviado contesté afirmativamente y me explicó que en condiciones normales la Embajada cierra a las seis y que el cónsul se había ido a recoger a los hijos al cole pero que vendría a la oficina para firmar el documento. Y aquí la casualidad se volvió primordial pues la única foto que yo tenía era la del carné de conducir, que pudimos despegar de su cartón y aunque fuera de manera no correcta pues tenía un sello en una esquina hacer una fotocopia y pegarla en el salvoconducto. Después de rellenar un largo cuestionario de las razones que me llevaban allí llegó el cónsul al que por supuesto le pedí disculpas por hacerle volver en horas de asueto y con una diplomacia a rango con su cargo me espetó que el está para solucionar problemas a los compatriotas y que eso era un problema y gordo. Me hizo ver que era mucho más grave de lo que yo transmitía. Después tuvimos una afectuosa conversación mientras la administrativo realizaba el documento. Cuando me mostró que era un salvoconducto mi ignorancia me llevó a preguntarle que si aún existían, que eso sólo era para huir de la guerra, como lo había visto yo en las películas… Pero la realidad es que la única manera de acreditar mi identidad ante las autoridades polacas iba a ser ese salvoconducto. Firmé el papel, le di un besito y después de mostrar mi sincero agradecimiento por la gestión realizada salí en busca de aquel chaval que me había guiado hasta la Embajada. El chico, pobre chico! estuvo esperando un rato pero yo tardé casi una hora en aquella gestión y cuando salí se había marchado. Pero mi emoción fue infinita y mi orgullo patrio salió a relucir cuando vi que en la puerta de la Embajada había unos cuarenta jóvenes, en su mayoría estudiantes, manifestándose en relación al movimiento 15-M. Allí me quedé un ratito con alguna pancarta, integrándome en las reivindicaciones y charlando como había sido la red un elemento fundamental en la conexión de aquellos españoles. Aliviado, feliz y orgulloso me marché al hostel a tomarme unas últimas cervezas polacas. El resto ya lo saben