[dropcap]N[/dropcap]o llego a comprender del todo de donde viene mi especial predilección por el acto de conversar con una mujer antes que con un hombre. Una conclusión difusa para una trayectoria llena de buenos momentos, únicos estoy seguro de ello, e inolvidables porque tengo la suerte de que a mi memoria vienen reminiscencias de conversaciones tan hermosas como dulces, tan sensibles como sinceras, tan honestas como transparentes, tan directas como alivios. Tan bonitas. Y tan necesarias en cada momento, llegadas generalmente por casualidad, diálogos surgidos de la espontaniedad del momento, de la empatía bidireccional, de uno al otro corazón sin pasar por inhibidores.
Siempre han sido con reinas algunos de esos paliques sin texturas negativas porque aunque me cuesta, cuando entro en faena, no paro de hablar y si hablo es porque me escuchan y si me escuchan es porque están a gusto. Esto fue así, lo es ahora y espero que siga siendo así.
Estar con ellas es como estar en un diván sabiendo que no me voy a caer, que me puedo balancear pero que tengo red. Su amor. Porque solo desde el amor más puro, aunque fuera efímero, se puede transimitir cosas bonitas. No hay que traspasar el tacto suave de una sábana para hacer el amor a través de la palabra. No hay que envolver en prácticas carnales lo que surge tambien desde lo más profundo del corazón con ganas de anestesiar a un amigo o quizás convecerle de su camino equivocado o puede ser que para revelar confesiones femeninas nunca antes comentadas.
Si de algo me ha servido mi última ruta nacional por los dominios de mis amigas es para corroborar que no hemos perdido la cualidad de entablar una buena conversación en el lugar más insospechado, en el momento nunca acordado pero siempre deseado. Han sido días reparadores, regeneradores y son las conversaciones con mis reinas las que reafirman mi inevitable habilidad para mostrarme a pecho descubierto y ser una esponja con mis maltrechos oidos. Si, porque yo también escucho y me siento un ser absolutamente privilegiado cuando cualquier persona acaba transmitiendome cualquier sentimiento, cualquier indicio de intimidad, cualquier ,por pequeña, historia que no la deja dormir. Cualquier momento que la quiebra en soledad, cualquier hecho que la hace llorar. Porque el miedo no tiene género y contarle a otra persona que tenemos miedo hace sentirnos más protegidos y protegidas.
No tengo que traspasar el tacto de una sábana para decirte que te quiero
Te quiero y te lo he dicho. A ti también te quiero. Te he cogido de la mano y hemos soñado. Como me cuesta decirlo a menudo. Reinas. No están todas las que son pero son todas las que están. Contigo también he platicado, he confesado, he soñado, he desahogado, he ideado, he criticado. Contigo no me he acostado, no lo necesito. No quiero. Maldigo la cita que sostiene que «La amistad entre un hombre y una mujer es algo demasiado decente.» Hago recuento, sin nostalgia, y se verdaderamente que los mejores momentos han sido conversando con una mujer con un café de por medio, quizás, aunque que yo recuerde las situaciones han sido tan diferentes que en una libreta de lugares singulares ocuparía unas cuantas lineas.
A tí que te escuché, que tuviste el atrevimiento de confesarme algo, ya te echo de menos. El único miedo que tengo en la vida es el no volver a verte.
Por que el amor, el tuyo y el mio lo puede todo.
Un comentario
Qué preciosas palabras. Tú eres mi Rey