Hace tiempo aprendí que el silencio en ocasiones es la mejor manera de gritar, el silencio también puede ser el simbolo del cobarde, pero hoy como ayer el silencio me acompaña, como una sombra, una alargada y pronunciada sombra que me sigue y me persigue. El silencio hace volver el oleaje a la calma, el alma se tranquiliza y entonces… entonces gritas, hablas o dialogas. Quien administra bien sus silencios es sabio y no es cobarde. Quien vive perpetuamente en el silencio o se refugia constantemente en él no es intrépido. Hoy no necesito gritar para exportar mi dicha, mi bienestar o mi tristeza. Maldito el vaso lleno de hielo y de whysky, a traición se introdujo por la boca, para rebasar el límite del aguante, para pervertir las entrañas y envenenar de soledad los recónditos parajes de mi habitación. Que puedo hacer ante la impulsibilidad del corazón? Escribir. Y que la bella del flequillo de Cleopatra me ignore… ante eso, ante eso sólo puedo beber otro vaso con hielo y unas gotitas del supervitaminante y mineralizante.
Canción para hoy: «La ciudad del viento», Quique Gonzalez