No se cual es el límite del bien y del mal pero si donde está la envidia y el compañerismo. Se puede ser compañero y ser envidioso.
Una mezcla peligrosa. Jordi Évole tiene compañeros envidiosos, sanos, claro está.
A los que nos gusta su fórmula en «Salvados», el programa que dirige y edita maravillosamente los domingos por la noche en La Sexta podríamos caer en el juego fácil de las loas y alabanzas por su escenificación inverosímil del 23-F y dejar claro que mostró el camino al engaño del espectador. Podríamos, otros, criticarlos por jugar con tan importante acontecimiento histórico.
Personalmente, me ha gustado todo lo que ha rodeado su programa, el cuál no he visto, ni pienso verlo completamente porque con diez minutos del principio y cinco del final me ha bastado para entender todo el revuelo de opinión en diarios, webs y redes sociales.
Yo le felicito. Me gusta su forma de haber orientado el engaño. Y me jacto de columnistas y opinadores profesionales que sin talento defienden su audiencia y lectores con el argumento de la descalificación y fácil inquebrantamiento de la historia.
Me gusta que Évole esté por encima de ellos.