De las cosas buenas que tienen las noches de insomnio es convertir la oscuridad del sueño en luz de ilusiones, a veces sumergidas en un buen trago de licor, a sabiendas que a lo único que conduce es a cortar el pensamiento circular que transcurre mientras cuando uno anda despierto.
Por contra, de las pocas cosas buenas que tiene dormir es la no dependencia de uno mismo en la agonía de pensar, en dejarse llevar, quien sabe debido a algún licor de más. Porque para dormir ya tendré tiempo cuando esté muerto y el maravilloso tiempo perdido con los ojos cerrados se esfuma entre sábanás y edredones buscando descansar la mano a lomos de una tez encontrando, no obstante y supongo que solo en mi caso, la pared repleto del odioso gotelé. Mientras mis nudillos sangran yo duermo, no importa.
Es en el breve momento de la transverberación entre la agonía y el sueño cuando solo se siente la sístole y diástole de mi corazón, en un ida y vuelta a los confines de la vida y vendo al diablo todos mis malos deseos e imploro al nuevo día algo que aprender.
Las noches tienen más luz cuando más alumbramos a la mente y más ocultamos el corazón. Y son pocas las palabras pronunciadas, la verdad, no me apetece hablar solo en voz alta. Si, acaso, tu no me hubieras dejado marchar te susurraría al oido que si tu quieres dormir, dormiremos.