Como cada 11 de agosto celebro con entusiasmo la oportunidad que se me brinda para agradecer a la vida la posibilidad de haber vivido una experiencia tan gratificante como inmensa en su significado y valor. Es de esas cosas, que aunque buscada, no pudo salir mejor porque los réditos de aquella elección los vivo y los gozo hoy en dia, cuando me doy cuenta de lo afortunado que he sido de nacer donde he nacido y al lado de quien.
Aquel viaje de un joven soñador fue una apuesta, queda mal que yo lo diga, valiente. Dejé el trabajo queriendome comer el mundo y el mundo me devoró con toda su injusta realidad, muy diferente en cada rincón del planeta
No pierdo de vista el sentido de aquello, la diversidad del mundo, de las gentes, de las necesidades básicas, de no quejarme por la comida. Tres meses tres, comiendo arroz blanco en los tres tiempos del dia (desayuno, comida y cena) porque es lo que había, no poder disfrutar de una ensalada de lechuga porque allí no se da o no la saben cultivar, entender que para refrescar el cuerpo lo mejor es un café calentito a pesar del terrible calor que pasé …
Y sobre todo la gente, las personas. Hoy están ahí Vicky, David y Cintia y su maravillosa familia, Alex, Saira y más personas que permanecemos interconectadas. Me queda Esther y sobre todo me queda María, una amistad infinita y una admiración perpetua. Y me queda el recuerdo del Padre Oscar, fallecido hace unos años. Una vida entregada a los demás y una sabiduria que sabía transmitir muy humanamente. Me queda la pena de no haber vuelto a hablar con él después de marchar de Trojes hace ya 16 años. Y me queda don Marco Antonio y doña Argentina… y aquellos chavales de la escuela, con los que jugaba al futbol y aquellos cipotes y cipotas hoy hombrecitos…
Me queda la alegria de haber vivido algo que ojalá muchas personas pudieran llegar a sentir algo así.
Me queda Honduras, un pais sin esperanza, no hay futuro y el presente es una verdadera mierda. Pero es Honduras
