Una cortina de agua me abría paso en la ciudad de Buenos Aires. Después de un vuelo tranquilo con final alterado que me dejó sin mi ansiada cena a bordo arrivé a la ciudad platense con una serenidad pasmosa. Ni la presencia de los jugadores de River Plate en el control de aduana alteró mi constante. Quería salír cuando antes de allá para ir a mi hostel. No era consciente aún de donde estaba. Me parecia inverosimil. Intentaba asumir que era mi sueño pero a la vez mis elevadas dosis de frialdad y equidistancia con el deseo y la urgencia me hicieron estar más tranquilo de lo que es habitual en otro.
Era normal el pequeño desbarajuste en mi mente, en medir bien los pasos, en ejecutar lo previsto. Era aún demasiado pronto para dejarme llevar. Eso vendría no mucho más adelante. El bus previsto al hostel previsto, en el noble barrio de Palermo. Y como no, una olorosa habitación compartida con otros cuantos. Como no había cenado en el avión, aligeré el proceso de registro y salí cuando pude a patear el barrio. Y allí estaba yo solo. Deambulando. Lo que yo quería. Y mis primeros pasos en la realidad eran sosegados y precavidos. Mi bolsillo interno de seguridad en el vaquero con dólares a mansalva y fotocopias del pasaporte por todos lados. Di, sin mucha curiosidad, con una cerveceria tipo irlandesa. Descubrí, ipso facto, lo caro que iba a ser mi experiencia en ese pais. Hamburguesa, cerveza y por fin el acento porteño. No me resultaba para nada pegajoso. Y cuando creía que el largo viaje desde Salamanca pesaría en mi cuerpo llegaron a mis oidos los rugidos en forma de ronquidos de los que tenía por compañeros de habitación. Mi primer error de viajante. No llevar tapones. Mi primera noche en Buenos Aires no la tengo en la memoria por lo bien que descansé.
Pero al día siguiente amanecí con los puños cerrados y me prometí que nada estropearia mi primer día de turisteo en BAires, como allá se denomina. Me puse mi apariencia de postureo y después de tomar el subte aparecía en la Avenida Corrientes. Y todo ello, porque lo había escuchado en un discurso a Bunbury. Yo debía seguir al profeta y cual fanatico arranqué a andar kilometros por esa avenida. Paré en tiendas de discos, en librerias, en negocios variados. Ritmo lento. El reloj no corria. No tenia prisa. Y era feliz. Estaba donde quería estar.
Lo que más me sorprendia era la calma. Dentro del caos que es caminar por Corrientes la quietud de mi vista. Para nada acelarada. Disfrutando de cada paso. Ojos abiertos, quería percibir todo. Quería absover cada bocanada de vida de esa zona de la ciudad. No se como dí en el Museo de Evita Perón. No se como llegué a El Ateneo Grand Splendid, una libreria gigante en lo que antes era un teatro. Confundo los días y no se si el primero fue el que fui a la Casa Rosada. Tampoco en que número de día fui a un mercado muy famoso un sábado que me encantó, el día que Pamela me recibió y me ayudó con consejos de vida de esa ciudad y con la moneda local. Pero se que fue un domingo el día que conocí a Nahuel, un gran tipo que me presentó por redes sociales una amiga. Y como era de lo poco a lo que me podía agarrar quedé con él en el banco de Mafalda en San Telmo. Y pasé con él un día estupendo porque aprendí de él que una buena conversación es un regalo interminable. Me llevó a la Bombonera, el partido era unas horas después pero cuando pregunté precio por entrar entendí que los argentinos eran mezca de italianos y españoles. Luego Nahuel me lo terminó de explicar todo tomando un café en la Fundación Proa en el barrio de La Boca. Hice mis compritas que me acompañaron en forma de camisetas de fútbol para dos grandes amigos hasta mi regreso a casa.
Disfruté de Nahuel más días. Sin él, elegí uno para irme a Montevideo. De Buenos Aires a Colonia de Sacramento atravesando el Rio de la Plata y de ahí en bus durante tres horas a Montevideo. Pude comprobar, como era cierto lo que decían los libros. En Uruguay casi no hay gente más allá de su capital. Me invadía la emoción al llegar a Montevideo. No recuerdo como llegué a la 18 de Julio. Oscura, tenebrosa hizo sentirme inquieto en la cerrada noche uruguaya. No saqué la versión de explorador nocturno y fui a dormir. Una maravilla de albergue. Al día siguiente, me propuse sacar mi versión benedittiana y busqué con afán el café donde él acudia regularmente cuando no estaba exiliado. El gran Galeano también era habitante de ese local. Al entrar me llamó poderosamente la atención lo vació que estaba ese café. Pequeño y recogido, mesas pequeñas y sillitas de madera. Se barruntaba un aroma especial. Diversos recortes de prensa antigua decoran las paredes y un par de fotos de mis admirados escritores. Me dirigé al camarero y con entusiasmo pedí mi café. Agarré un diario, el más grande que había y me senté en la misma mesa que Benedettí y Galeano si hacía caso a sus fotos. Allí estaba yo. Solo. Emocionado. Centrado en disfrutar el momento
Después de pasar un buen rato mirando por la ventana esa calle estrecha y sin apenas paso de gente, sin mujeres a las que describir en ningún poema decidí irme del bar no antes sin charlar brevemente con el dueño. Después de un buen y largo paseo por el malecón de Montevideo y conocer parte de los contrastes de esa ciudad embarqué de nuevo hacía Buenos Aires. Me esperaba Nahuel y me llévo a otro bar mítico de la ciudad, La Biela donde una imponente estatua de Borges y Casares me hacía compañia además de una estupenda conversación con Nahuel.
Y así, despues de algunos días y otras cosas que hice por Buenos Aires puse rumbo hacía el sur del sur, Usuahia. A Nahuel no le veo desde entonces. Pero estoy seguro que le volveré a ver. Y a Buenos Aires también. De esa ciudad me queda una sensación un tanto irregular. Por una parte es inmensa pero gracias a Pamela también estuve en un barrio que no era del centro por lo tanto pude ver con mis ojos esa parte de la ciudad más cercana a las grandes capitales americanas. Caos, cables, carros, gente, desorden. Con Nahuel vi un Buenos Aires más ciudad europea. Y con mis pies pude comprobar la gran influencia española e italiana. Y lo mejor de todo es que está en mi memoria que no en mis fotos. Apenas tengo. No se si hice muchas o pocas, más bien lo segundo pero las perdí todas unos meses después.
Próximo capítulo: al sur del Sur.