Llevaba yo ya cincuenta dias y alguna noche cuando llegué a Copacabana. Y ,aunque tambien había playa del Lago Titicaca, Copacabana siempre lo asociamos a Brasil. Esto era otra cosa pero acaba siendo lo mismo. Un pequeño pueblo turístico del que había oido hablar en el sur del pais y que sería el punto desde donde llegar a la Isla del Sol, mi objetivo por estos lares. Aunque no tenía idea de nada, como de casi todo. Yo en ese viaje me dejé llevar por titulares gruesos y resúmenes escuetos y primeras impresiones. Solo unos cuantos consejos en suelo peruano llevaría planificados. Pero cuando llegué a Copacabana era consciente de estaba dentro de una ruta meramente turística y que los que allá ibamos estábamos con las mismas intenciones. Al llegar al pueblo tenía que gestionar rápidamente lugar en algún bote que me llevara a la Isla del Sol y mi pasaje sería al día siguiente. Por estas zonas lo de las agencias turísticas preparadas al detalle es simplemente una imaginación de los sentidos. Y más en Bolivia, donde según en que zonas tuve dificultades serias para entender su castellano, con una dicción muy cerrada y una gramática muy particular. Aquí no fue diferente y después de buscarme la vida, que a estas alturas del viaje era mi lección mejor aprendida, conseguí plaza en el bote que durante dos horas me llevaría a través del Lago Titicaca hasta la Isla del Sol. Y acá uno de mis numerosos aciertos, escogí lugar en la zona sur para desembarcar, en vez de la más cercana y turística zona norte.
Ojocuidado porque en el trayecto en bote pensé que me daba algo. No entendía que un lugar tan apreciado y con tanto potencial tuviera botes tan lentos, tan sumamente lentos que hacía que el sol fuera un enemigo durante las más de tres horas de travesia «marítima». Al llegar te sientes algo así como un explorador. Me bajé con apenas un puñado de personas, algunos orihundos de allá y en la orilla estaban esperando niños y niñas que su única labor durante el día es atrapar algún turista para que ofrecer la casa que tienen como posada. No me sentí cómodo pero sabes que si tardas en decidirte el que iba a tu lado en la barca se puede quedar con lo mejor. Así que presto me dediqué a explorar esa parte de isla con mi mochila aún a cuestas hasta que encontré un lugar que me agradara. Y aquella tarde que pasé en aquella isla fue demasiado poco tiempo. Tuve que haberme quedado algún día más. Saber estar solo, más áun de lo que había estado pero es que el lugar es mágico y paradisiaco. El color en el atardecer fue cálido e intenso. Había un bruma que hacía aún más agradable la estancia allá. Yo, a falta de bares, había comprado cerveza en el unico kiosko de la zona. Sentado sobre la ladera de la isla viendo anocher tuve un climax emocional y etílico, ese momento tan extraordinario tenía que ser un punto de exaltación emocional y con un buena cerveza, buena música y la única compañia a lo lejos de un tipo que quería perder de vista pasé la tarde después de subir en un breve caminata al lugar más alto de la isla, junto a unos restos sagrados. Dicen que el origen de los incas estaba por ahí. Lo que allí hubo fue un momento absolutamente inolvidable y desde luego el lugar más impresionante que yo he estado jamás
Resultó curioso que al tipo que me incordiaba no me lo puede quitar de encima en la cena. Un platito de arroz con un pescado de allí. Y pronto a la habitación porque la luz se cortaba antes de medianoche. Pero lo mejor es dejarse llevar. Y acabé bebiendo cervezas en la playa de aquel remoto lugar con otras gentes que estaban pasando días por allí echando un buen parlao y aunque no se quien eran ni tampoco me importaba y apenas les veías las caras entre el fresquito de la noche y la oscuridad que allí habitaba me propiciaron buena compañía y un momento mágico, eso sí, que fuera capaz de encontrar mi casa, subir las escaleras y abrir la habitación fue un milagro de los que a veces uno necesita. Pero la resaca, con el amanecer que yo tuve, se pasa de otra manera.
No llevaba un día completo allá y estaba totalmente acomodado al lugar. Eso si. Quería ya llegar a Perú y la siguiente noche sería en principio la primera en suelo peruano. Despúes de desayunar tenía que hacer a pie la caminata hasta la zona norte de la isla. Alucinante. Era como ir durante horas en la cresta de una montaña, viendo mar, en este caso lago, por diestra y siniestra, caminando por un camino bien delimitado. Cuando llegué a mi destino, me di cuenta que me había olvidado la cámara de fotos en un punto que sabía perfectamente cual era. Solo había un bote de regreso a Copacabana. Tuve que retroceder unos seis kilometros con toda la mochila, a toda prisa porque parte de mis recuerdos se quedarían siempre sin revelar. Pensé en no ir a por ella pero concluí que lo peor que me pudiera pasar sería tener que pasar otra noche en ese horrendo lugar. A toda prisa regrése a mi olvidadizo lugar y allí estaba el hombre que guardaba «el paso fronterizo» de una comunidad a otra de la isla. Eso se lo tienen muy repartido porque cada uno cobra un dinero a los que por allí transitan. Depúes de ser generoso en la propina volví apresurado y eso si, antes de embarcar, me despedí de aquel sitio como bien se merece. Con una buena cerveza contemplando la majestuosidad del lugar.
Bolivia fue una sorpresa mayúscula. Cuanto menos conoces más te sorprendes y te agradan las cosas. Uyuni, Potosí, Sucre y Isla del Sol son razones para conocer este maravilloso pais
elambulante
Regresado a Copacabana después de otras dos horas de travesía enlazé casi sin esperas el bus con destino Puno.Y eso Perú. Yo tenía ganas. Emocionalmente Perú era el punto álgido del viaje. Era como estar donde dos grandes amigos de la juventud habían ido como voluntarios estando en la parroquia. Perú fue la causa de mi activismo social en tiempos de fe. Frio, mucho frio pasé durante años en jornadas de fin de semana para estar en rastrillos o actividades para sacar dinero para Santa Anita o Piura, lugares que yo desconocía totalmente pero era Perú y era algo sagrado en aquellos años de activismo socialreligioso. Parte de mis amigos los hice entre las paredes de la parroquia de Santa Teresa y ellos habían estado en Perú. Kike y Yoli eran mis héroes y yo al fin estaba donde ellos habían pisado suelo hace diez años. Además mi amiga Diana había vivido allí, habíamos hablado mucho de su estancia allí, y para mayor casualidad semanas antes de irme al viaje me había presentado en Salamanca a una amiga suya que posteriormente me abrió las puertas de sus casas, Shaleyla. Con lo cual, mi emoción era enorme.
Cuando cruzé la frontera y sellé el pasaporte camino de Punto sentí una tranquilidad enorme porque sentí que había llegado donde sentía la deuda histórica de mi corazón. A partir de aquí abusé un poco de whatsapp, perdió un poco de indepencia exploradora pero ganó en cercania con otras cosas. Y en Puno me pasó lo que no ne había pasado aún en el viaje. Al ir a dormir, literalmente me axfisiaba cuando respiraba unas cuantas veces. Me faltaba el aire. A casi cuatro mil metros de altura no se que sucedió, no se si angustia, no se si cansancio pero al cerrar los ojos me despertaba sin aire. Con esa desagradable sensación pasé la noche y mi comienzo en Perú no fue como yo deseaba. Al día siguiente, iba a coger autobus a uno de los lugares más cosmopolitas del viaje, Cuzco. Cusco en Perú. Y eso iba a molar.
Próximo capítulo: «La verdad de Diana»