"Quien quiera cambiar el mundo debe empezar por cambiarse a si mismo" - Socrates -

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"Quien quiera cambiar el mundo debe empezar por cambiarse a si mismo" - Socrates -

La razón de Sarah

Tiempo de lectura 8'

Amanecí en Quetena Chico intentado asumir en el lugar donde estaba. Aún tenía que pillizcarme. El segundo día por esa zona de Bolivia siguió siendo alucinante, viendo lagunas, desiertos, animales, geyseres y todo tipo de accidentes geográficos que nunca había visto. Postrando mi cabeza en la ventanilla recorrimos cientos de kilómetros. Y si no eran cientos a mi se me hacían como tales. Iba feliz en el coche, muy feliz. Si no fuera por los puñeteros gabachos…

El tercer dia de esta excursión dormí en un hotel de sal y nos programaron un despertar muy temprano porque había que ver amanecer en uno de los puntos de acceso al salar de Uyuni. Fue, sin duda, uno de los momentos más mágicos de este gran viaje. Un abanico de colores al despertar del día, un paleta inmensa de tonos, un sol que se va acostando sobre un salar infinito hasta que se va despegando y alumbra el día, uno tras otro. Y así pasaron las horas y despúes de atravesar parte del salar acabamos en Uyuni cuatro días magnificos , inolvidables y conquistadores para mis sentidos.

Rapidamente me dirigí a la parada de buses para decidir insitu donde iba. Potosí, era el siguiente destino. Y a las puertas de ese bus volví a coincidir con Sarah, esa turista que había conocido en la noche estrellada de Quetena. Al llegar a Potosí en un bus repleto de viajeros como yo decidimos buscar albergue juntos. En este punto, conocí el caracter forjado a base de ser una independiente y experimentada viajera. Después de discutir como si nos conocieramos desde hace tiempo dimos en un albergue.

Potisí resulta para mi un lugar inolvidable porque ha sido el único lugar en el mundo donde ser español está mal visto y las miradas por parte de los habitantes de allá son desafiantes. La historia cruel por parte de los conquistadores españoles y la corona imperial hacia los pueblos indios de Potosí está aún en el recuerdo los ciudadanos de Potosí.

De ahí nos fuimos a Sucre, capital constitucional. En Sucre, di con uno de los albergues más chulos de todo mi viaje. A partir de este hostel decidí alojarme siempre en habitacion individual, en la medida de mis posibilidades. Y en Sucre fue la primera vez que tuve miedo por una tormenta. Manda narices que no sea un niño para temblar de miedo pero aquella noche, mientras degustabamos unas shishas en un bar de la capital boliviana el cielo, como muchas otras noches según contaban por allá, decidió abrir de par en par su puertas y llamar a manifestarse a todos los elementos eléctricos de una tormenta. Jamás he visto tal cantidad de agua, una cortinas que me impedían ver a más de diez metros de distancia mientras corriamos desorientados hacía nuestro aposento. En la solitaria noche de Sucre, dos guiris buscaban despavoridamente su refugio. Yo pensé que si tenía miedo por una tormenta algo realmente humano me estaba sucediendo. Al llegar al hostel protagonizé con mi compañera de aventuras una de esas «escenas románticas» de película. Pero la cuestión es que los protagonistas no tenían ninguna intención de protagonizar ningún final feliz. Pero esa noche, al menos, mi miedo fue compartido.

Nos volvimos inseparables durante unos días y en Sucre volvimos a coincidir con Eva y Marc. Íbamos siguiendonos los pasos. Que linda compañia. A su vez, en nuestro albergue había un montón de franceses. Yo estaba hasta las narices de ellos. Tenía preparada para publicar una entrada en este blog hablando de sus rarezas, sus impertinencias, su falta de empatia y un caracter tan aburrido. Justo cuando iba a publicar me enteré de un atentado terrorista en París. Creí oportuno no publicarlo, dejarlo en la bandeja de borrador. Pero nunca borré lo insoportable que resultaron en el viaje los tipos y tipas del país vecino.

En Sucre, dando un paseo, coincidimos con, curiosamente, el único francés majo de todo el viaje. Venía con su brazo envuelto en plástico transparente y con un tatuaje muy llamativo. Yo, que ya venía contento con mi tatuaje que me había hecho en Buenos Aires, me dirijí al salón donde ese tipo se dibujó. Resultaba un salón recién estrenado, a medio abrir. Impaciente de mi enseñe a un presunto tatuador el dibujo que quería, el icono de esta web. A un precio irrisorio en comparación de los españoles, me tatué. El desastre originado aún se vislumbra en mi cuerpo…

LLegó el día en que me separé de Sarah. Me quedó su verdad, su independencia, su valía, como la tía se manejaba con destreza en todas las situaciones, las ganas que tenía de hacer cualquier actividad, ella llevaba ya cuatro mesese de viaje y le quedaban otro par de ellos antes de regresar a Copenhaguen. Ella era verdadermente una ambulante, una excelente conversadora con la que no aprendí nada de inglés pero me instruí junto a ella en la capacidad de ser paciente.

Estando en medio del pais boliviano tenía que escoger que dirección tomar. Si ir al este a conocer la parte industrial del pais, si ir al norte a la selva o ir al noroeste hacía La Paz. Me decanté por la ruta sencilla y dirigí mis pies hacia La Paz. Uno de los momentos más impactantes fue a unos cuantos kilómetros de llegar a la ciudad como vi toneladas y toneladas de plásticos sobre las vallas que protegían la carretera. Es como si ese territorio fuera el vertedero de un pais.

Fue llamativa la llegada a La Paz. Una ciuad que solo tiene una calle sin grandes odulaciones y que a partir de ella se levanta la ciudad hacia las colinas. Es como un embudo de caos, casas bajas, mucha polución por el tráfico. Una ciudad fea pero encontré algún lugar de interés como un café libreria en el que disfruté toda una tarde charlando con el dueño del negocio, una excursión para conocer a los tiwanakus y tambien un trayecto por el teleférico más grandel del mundo. Por la topografia de La Paz, las vistas de ahí arriba son impresionates de verdad. Yo rezaba porque el cablecito no se rompiera, la caida sería tremenda.

Yo en España había oido hablar y visto algún documental sobre «la carretera de la muerte» o de «los yungas».  Estando allí te ofrecen por todas los hostales contratar excursión y bicicleta para bajarla. Por supuesto que me apunté. Es una de esas cosas que no se las tienes que contar a nadie antes de hacerla. Ahora ya pueden saber lo que hice.

Lo dísfruté muchisimo y más aún cuando era consciente que la exageración rondaba toda la historia de esta carretera en lo que a bici a refiere. No percibí riesgo en ningún momento. También es cierto que viniendo eso de mi uno no se puede fiar porqu el riesgo es algo relativo y relacionado en cierta medida con el miedo. Y por ahora miedo solo tuve por una tormenta.

Estando en La Paz ya vi que la ruta por Bolivia no tenía otro final que ir a Copacabana, ir a la Isla del Sol y pasar a Perú por Puno. Pero para la última aventura en suelo boliviano hay que esperar unos días.

Próximo capítulo: «El paraiso»

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"Sólo los locos tenemos suficiente fuerza como para sobrevivir, sólo los que sobrevivimos podemos juzgar acertadamente lo que es la locura"

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