"Quien quiera cambiar el mundo debe empezar por cambiarse a si mismo" - Socrates -

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"Quien quiera cambiar el mundo debe empezar por cambiarse a si mismo" - Socrates -

Bien por ti

Tiempo de lectura 4'

Ten presente en el futuro que el lado más oscuro se nutre de tu inmensa luz

Viva Suecia

Preámbulo

Había ido a cerrar el trato porque mi departamento estaba directamente involucrado en las posibles consecuencias negativas si la otra parte resultara insolvente. La confianza en estos casos solo se plasma mediante una firma en un papel. Por lo tanto, no tenía ninguna gana de comerme esa serie de reuniones de traje, corbata y desconfianza. Rezaba porque en un par de sesiones quedara todo finiquitado.

Una vez sentado en la ovalada mesa de su sala de reuniones uno a uno fueron entrando los presuntos tiburones con los que tenía que encontrar una solución. De las últimas, entró Esther, hablando con un compañero y dejando boquiabiertos a todos los que observábamos precavidos con quien teníamos que negociar. Ella, en su rápida rueda de reconocimiento no recordó mi cara.

Llevábamos casi dos horas de reunión con el equipo de dirección de mi buffet solicitó un receso, en esos corrillos que entre iguales se forman coincidimos enfrente uno del otro. Sus ojos, luminosos, con un rimel que desprendían belleza y vida a partes iguales coincidieron con los míos. Se le cayó el café. Apurada pidió perdón por su enorme torpeza y acelarada pidió una bayeta para limpiar el suelo. Yo me retiré a mi puesto, me senté y no fui capaz de levantar la cabeza hasta que se reanudó la reunión.

Acto principal

Llegados al final de la negociación, con el acuerdo entre bambalinas, era hora de cenar. Día largo. Algo de tedio pero con final feliz. Subí a mi habitación a ducharme. Quería quitarme la corbata y los zapatos de una maldita vez. Cuando puse la tarjeta de la habitación sobre la cerradura digital emergió una voz reconocible: -«Javier», dijo. Voz convincente, sonora y decidida. Esperé que se acercara a mi altura, no se detuvo a que yo tomara la iniciativa, caminó hasta donde yo me encontraba con la puerta de mi habitación semiabierta

-Esther, nunca jamás imaginaría coincidir contigo aquí y así.

-Mis pies se mueren por quitarse estos zapatos, me dijo.

– Pasa y quitatelos.

Un segundo de silencio, se sujetó sobre mi hombro con una mano y con la otra se quitó primero su tacón derecho y luego el izquierdo. Caminó firme hacia la cama de mi habitación y se tiró sobre una de ellas de espaldas. Habitación doble de uso individual, camas grandes y confortables. Se quedó mirando al techo.

Silencio. Perdura el silencio. Apago la luz principal y enciendo la de mi mesilla de noche. Me tumbo, agotado pero expectante y nervioso en la otra cama a su misma altura.

-Porqué te fuiste? Me preguntó después que unas voces por el pasillo del hotel quebrara el silencio de nuestra habitación

-El miedo, le respondí.

Hubiera parecido un rato pero casi amaneciendo y con la claridad del despertar del día abrí los ojos. Los dos seguíamos vestidos sobre la cama, boca arriba y agarrados de la mano.

Acto final

No se había movido ni un palmo en toda la noche y yo estaba terso, rígido y sorprendido. Aturdido solté su mano sin querer molestarla y pretendiendo volver al lugar del crimen, fui al servicio, me quité la corbata, la camisa y con el grifo del agua fría a tope, me lavé la cara esperando un despertar real. Cuando estaba abrochándome la camisa mirándome fija y temerosamente al espejo oí la puerta de mi habitación.

Esther se había ido. No salí tras ella. Caí en su cama, con la colcha arrugada y completamente perfumada con su aroma. Mis pómulos no dejaban de frotar la ropa de la cama buscando su presencia con la efímera esencia de su recuerdo. Me dormí hasta que me avisaron de la recepción del hotel. Me citaban en la sala de reuniones de forma urgente.

Al bajar estaba nervioso. Como iba a gestionar el encuentro con ella como si nada hubiera pasado. Qué había pasado? Después de entrar todos los asistentes pude comprobar que Esther no asistía. Justificaron su ausencia a una dolencia de un pariente muy cercano. Se había ido.

Al subir a la habitación para recoger las cosas encontré debajo de la almohada donde ella había estado acostada un papel: «tu no aprendiste nada de mi pero ahora estoy ajustando una soga a mi cuello»

Epitafio

El miedo es natural en el prudente, y el saberlo vencer es ser valiente.

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"Sólo los locos tenemos suficiente fuerza como para sobrevivir, sólo los que sobrevivimos podemos juzgar acertadamente lo que es la locura"

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