"Quien quiera cambiar el mundo debe empezar por cambiarse a si mismo" - Socrates -

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"Quien quiera cambiar el mundo debe empezar por cambiarse a si mismo" - Socrates -

elviajeambulante

Preludio

Tiempo de lectura 7'

Quería volver a América desde el mismo instante que volví la primera vez, hacia ya, entonces, once años. Todo el año 2015 fue un batiburrillo. La decisión del viaje es muy anterior a Octubre, creo que en la Navidad previa le dije a mi familia que me iba de viaje, de mochilero. Como con casi todo, no tengo recuerdo de su reacción concreta. Fui muy pragmático, como de costumbre. Pasados de largo los treinta y cinco y bien cerca de los cuarenta me vi sin novia, por supuesto sin mujer y en consecuencia sin hijos para mi desgracia y con un aburrido puesto de trabajo que me daba la oportunidad de imaginar muchas cosas.

Si hay una escena que si tengo conciencia plena de haberla vivido muchas noches durante esa temporada era cuando yo, en mi cama, cerraba los ojos y ponia siempre la misma canción en bucle visualizando, sin concretar, imágenes desconocidas de mi futuro. También lo hacía en ocasiones en las que tomaba un paseo. Tanto cerrando los ojos como viendo la luz de la vida intentaba imaginar al son de una música preludiar lo que me podía suceder o lo que mis ojos podrían ver en ese continente que tan marcado me dejó en mi primer viaje, América.

la música de mi imaginación

Como cualquier viajante busqué afanosamente un billete a buen precio con llegada a Buenos Aires. Pero no tenía muy clara la ruta a seguir. Si tenía decidido que iba a realizar la Ruta 40 de sur a norte de Argentina. Y también, antes que eso, tenía decidido visitar Montevideo. Soñaba con respirar el aire de Benedetti y Galeano, visualizar su espíritu por las calles de la capital uruguaya. No tenía referencias de alguien cercano que hubiera realizado un viaje similar. Simplemente amigos que habían estado en Argentina en distintos perfiles de viajes y me arrimaba con intensidad a cualquier testimonio que pudiera ayudarme a diseñar mi ruta y sobre todo a sentirme protegido, no se por qué ni por quien. Pero algún espejo donde mirarme.

No fueron meses agobiantes por alguna decisión no tomada, vislumbraba un viaje abierto, no muy encorsetado. Y me basaba en mi autoconocimiento. Sabía perfectamente que si algo me gusta intento permanecer junto a ello y sacrifico lo planificado por la belleza del instante.

Fue un punto de inflexión el día que compré el billete destino Buenos Aires y con regreso desde Lima pero abierto a modificación por una pequeña cantidad de dinero, nada que me fuera a arruinar.

Ya tenía eso decidido. Me decanté por Perú como última parte del viaje porque yo tenía una relación muy estrecha, sentimental, con ese pais. Toda mi vida parroquial se había basado en colaborar con una ONG que trabajaba allí. Tuve a Perú hasta en la sopa durante muchos, muchos años. Santa Anita. No sabía si era un barrio, una parroquia o un grupo de amigos pero mi corazón estaba con ellos. Algunos de mis mejores amigos de la parroquia habían visitado Lima, mis amigos curas tambien habían estado en aquella tierra y era una referencia en mi activismo social. Olvidado ese tiempo de la parroquia, me hacía especial ilusión ir allá. Además, esos meses previos conocí a una chica que había vivido en Lima y conocía otras partes del pais. Paradójicamente, por medio suyo conocí a una mujer peruana que hizo sentirme seguro con la decisión tomada. Tenía tres meses para llegar a Buenos Aires y recorrer parte del sur de América para llegar hasta Lima.

Con la música a otra parte donde cada instante pase a ser una hora sagrada

«Planeta Sur» – Búnbury

No resultó nada complicado tomar la decisión de hacer ese viaje porque el convenio colectivo de mi empresa me permitía acogerme a una licencia de tres meses. Durante mucho tiempo tuve que explicar a la gente que le contaba mi futura aventura que laboralmente no había riesgo ninguno. Y es verdad, mi empresa, Senasa cumplió señorialmente con su parte, me facilitó las fechas solicitadas y solo me pidió que estuviera de regreso antes de cerrar el ejercicio antes de Nochebuena.

Esa seguridad que tenía como colchón me condujo por unos meses ilusionantes y tranquilos, encajando los números en un presupuesto un tanto limitado pero que sin grandes lujos me iba a permitir conocer una tierra soñada.

Aposté emocionalmente por estar apático. Por no enamorme a mi manera. Tampoco era tanto tiempo de espera. Y no es que me equivocara pero ese convencimiento de no querer hacerlo me llevó, extrañamente, a no abrir la puerta a no se que… no se si a una noche de pasión o al comienzo de una historia, vete tu a saber. El caso es que en aquel sofá, aquella noche, cometí un error que emocionalmente pagué durante el viaje. Si haces una cosa está mal porque no frenas y si haces lo contrario tambien mal porque no te dejas llevar. Total, que a pocas semanas de irme mi paz interior se convirtió en un torbellino de los mios. Yo pensaba que era «enamoramiento» como otras tantísimas noches o películas. El caso es que el factor desestabilizador que no quería encontrar se metió en mi zapato y como piedra molesta no salió hasta el final del viaje.

Sin duda acerté en la decisión de no ver apenas reportajes, programas de televisión y sobre todo fotografías de lugares que en principio eran candidatas a ser visitadas. Un brutal acierto. No es que no programara nada en absoluto, es que pretendia no tener prejuicios y no desvestir la sensación de sorpresa. Quería regalarme siempre emociones a los sentidos y dejarme invadir por la incertidumbre de la fascinación.

Y se iba acercando el momento de partida. Iba hilvanando algunos contactos por redes sociales. Amigos de amigas que yo no conocia pero que iban a ser mi salvavidas. Pamela, Nahuel, Coke…eran personas que, salvo a Pamela, no conocía de nada pero que la intercesión de mis amigos hacían que pasaran a ser amigos aunque solo fueran virtuales.

Solo tenía reservado, el billete de avión obviamente, el traslado en bus hasta el alojamiento y la primera noche de hostel, en el barrio de Palermo. Hasta ahí tenía algo previsto, todo lo demás vendría por si solo. Excepto que al sexto día tenía ya billete para Ushuaia.

Se aproximaba el momento de la partida. No tengo el recuerdo de despedirme de mis amigos ni de la ultima vez que vi a la mujer causante de mi confusión. Trabajé el ultimo día de septiembre, como siempre hasta las 10. Dormí relativamente bien. Estaba tranquilo pero sorprendido cuando mi hermana ni se levantó a despedirme y mi madre apenas me visitó mientras desayunaba y se volvió a la cama. Atónito me quedé cuando la anterior vez las deje con una cascada de lágrimas en sus ojos. Bueno, al menos me ahorré el trauma.

Con una simple mochila de montañero de apenas cuarenta litros y unas toneladas infinitas de ilusión me fuí a la estación de autobús. Entonces, ahí empezó mi viaje

Siguiente capítulo: «El viaje ambulante: primeros pasos»

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"Sólo los locos tenemos suficiente fuerza como para sobrevivir, sólo los que sobrevivimos podemos juzgar acertadamente lo que es la locura"

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