Observando un video de una colección privada de ciencias naturales dedicado a la reproducción ficticia del hombre y de la mujer empecé a preguntarme de donde viene nuestra obsesión por las tetas, o digase, de esas glándulas mamarías aptas para la nutrición del bebe en sus primeros meses de vida, las cuales el hombre en su calenturienta, perversa y sucia mente, las utiliza para placer propio, olvidandose en reiteradas ocasiones de la dueña de dichas glándulas al no provocarle placer y es más, utilizadas en rutinarios ejercicios de exaltación del placer individual en el lícito va y ven de la mano, bien diestra bien siniestra, hacia arriba y hacia abajo, que tienen como resultado la expulsión de una viscosa y suave sustancia que contiene los bichitos reproductores masculinos. Y eso que no hay mujer fea que tenga dos tetas. Si tiene tres es otra cosa pero es dificil encontrar a una dama fea por el tamaño de sus pechos. Los hay grandes, medios y pequeños. Vacas, perales o tablas de planchar, diversos sinónimos podemos encontrar a ellas. Yo me quedo con los frutales, siempre el aroma y sobre todo el tacto me hacen decantarme por ellas: las peras, los melocotones, las manzanas, las naranjas, los albaricoques… frutas de un excelente tacto, suaves que inspiran a la portadora aires de princesa. Esas frutas que no sobrepasan la medida de una mano de tamaño medio, redonditas o en su caso con cierta curvatura inferior pero que además, tiene el dulzor de la piel que las recubre y la suavidad de la sexualidad de las princesas. Esos pechos, que hacen perder la cabeza…. esos …. esos que hacen ver otro video de ciencias naturales.
Canción para hoy: «Gordas, gordas, supergordas», La Orquesta Mondragón