[dropcap]S[/dropcap]i empezara a enunciar los errores cometidos bajo los efectos de emociones transitorias indomables no acabaría en un buen rato. Te puedes ir a echar la siesta y al despertar seguiría enumerando días, noches, despertares, improperios y versos disfrazados que no son capaces de esconder la insensatez propia de un ser deplorable.
Piedad. Pero la justa. Una dosis indolora. Breve y frugal.
Despiertas con la ilusión de un nuevo día o con la desazón de no querer levantarse. Mientras oyes respirar a tu otro yo, le miras y le acaricias, ves un mensaje. Ridiculez absoluta. Mente infantil. Inmadurez tardía. Cansancio. Odio.
No volverá a suceder. Mentira. Mentira con sus siete letras, siete numero sagrado y mágico. Mentira.
Una canción, unas cervezas donde casi todas son de más pero todas necesarias, un indómito latido y unos dedos que dibujan un sin sentido en un teclado y está fabricado el coctel molotov. Y eres tan miserable que lo envias como si fuera a llegar a la otra trinchera. Piedad.
¿Me lo merezco? No debí estar sentado allí aquella tarde, nunca debería haber abierto puertas ni cerrar entradas.
Un buen listado de errores cometidos dan lugar a hacer inscripciones perpetuas en el camino hacía la perdición, tatuadas a lomos de la verguenza.
Y entonces? La vida te lleva por caminos raros.
Canción para hoy: «Piedad», Viva Suecia