[dropcap]G[/dropcap]eneralmente nunca me he alegrado del mal ajeno. No soy una mujer tan venenosa como para pensar más en los demás antes que en mi y menos en desearle mal a los demás pero esta situación me ha hecho recordar que generalmente cuando lanzas un dardo suele darse la vuelta y clavarse donde más duele. Hay que tener cuidado en como lo lanzas y sobre quién y eso que creo que no lo hizo con mala fe pero sin duda que se lo tiene bien merecido.
Cuando hace unos meses se fue de vacaciones y no me dijo que me fuera con él yo pensaba que quería que le diera un espacio para estar oxigenado y aireado y disfrutar de su pasión que a mi tanto desvelos me generaba, de su bicicleta, por no se que parte del norte. Aquello fue el primer capitulo, si no el inicio del desastre, del engaño, del mio propio, al que yo estaba atada. Una ceguera y una sordera que maniataba todos mis días. Algo que yo no quería comprender porque sus frases hacía mi eran siempre honestas pero yo, por otra parte, estaba segura de persuadirlo y convencerle que yo era la mujer que podía estar a su lado. Estaba segura de mis armas femeninas pero mi falta de decisión para hablarle más profunda y con más hondura bloqueaba mi pensamiento. Esos meses aprendí que no ser valiente es la mayor derrota en la vida.
Y yo completa de amor vi que poco a poco le importaba menos y solo tenía espacio en mi corazón pero sobre todo en mi atormentada mente para él. No quería compartirlo pero es que él no quería nada serio y estable conmigo. Era una como un pétalo que se mantenía en el aire moviéndose con la brisa pero que nunca podía agarrarlo.
Llegó el momento que yo tanto temía y cuando me dijo que me dejaba, aunque nunca tuvo el valor para llamarlo así, me sentí desnuda y con un frío tan intenso durante un instante que profundamente odié haberlo conocido. Yo que no sé lo que es algo tan negativo como el odio, creé un demonio en mi interior que me duró un tiempo largo. Un demonio que no me dejaba ser yo, bueno, ni la sombra de lo que yo era. Una mujer enérgica y positiva, dando brillo a mis arrugas, buscando el sentido a lo más primitivo de la vida, querer sentir el tacto de un latido. Yo con mi sonrisa, que no aparcaba en mi largas horas de trabajo, disimulaba la abrupta tristeza a la que ese desalmado me había empujado. Mi amargura ya no era ni amarga era simple y sencillamente una desazón inmensa y una falta de ilusión por ver a alguien pasar. Perdí la ganas de arreglarme, de ponerme guapa, sentirme femenina, de comprarme maquillaje. Ese que sirviera para enterrar mi pequeña tragedia diaria.
Y quien sabe si por un momento pensé que mi lasciva venganza era perfecta.
Y a ella la exculpo. Si es que hubiera ella. Ella no tiene la culpa. Se que la tuve yo. Pero en silencio aprendí a gastar los días en amor hacía mis padres, mis amigas y los más cercanos. Una mujer como yo no merecía esos días donde el precioso sol de verano se pintaba de negro en mi corazón. No veía más lejos de la tristeza porque la tenía tan cerca y tan interiorizada que nunca desperté alegre en varias semanas.
Ni los días de playa paseando por la fina arena dejaba rastro de la mujer que siempre he sido y las huellas se borraban al instante de abandonar mis dedos el contacto con la arena. Si dibujaba una sonrisa rápidamente la borraba la nostalgia de algo que creí que sucedió. Paseos, conciertos, libros y reuniones no despertaban felicidad en mi interior y si una interminable pena que mi entorno sufría como si ellas lo estuvieran padeciendo.
Y después de muchos capítulos más y un buen tiempo sin encontrármelo hace unos días me lo crucé de nuevo por el barrio. Mi corazón se quedó paralizado sin razón alguna. Ese bloqueo duró solo una décima de segundo lo suficiente como hacerme preguntar si había retrocedido en el tiempo. Rápidamente supe que yo, esa mujer temerosa y demasiado precavida, era capaz de tener una sonrisa de forma involuntaria porque pude volver a vivir el maravilloso momento de sentir una mueca por alguien al que aprecias de verdad. Y no era por él claro, es por Santi, el hombre que ha recuperado para la vida a alguien que no quería estar en ella.
Y por él, bueno, como otras muchas mujeres percibí de forma inexplicable nada más verle que era un despojo, un cadáver viviente porque su trémula mirada destilaba el horror que yo viví. Vislumbré su soledad, su amargura y su tristeza. Por un momento pude ver la unión de una mujer y un hombre en el campo indeseable para ambos. Me vi reflejada como si en el espejo de mi habitación estuviera su cara en vez de la mía ahora que mi reflejo deslumbra cada mañana de felicidad e ilusión, a mis cuarenta y alguno como una quinceañera con su primer amor y no me importa que me lo noten en la tienda reparadora de cuerpos y corazones donde trabajo. Clientas que me conocen de muchos años me dicen halagos y piropos y yo no puedo por menos de confesarlas que el amor nunca puede sentar mal al alma, el amor bien ejercido claro.
Pocos días después le volví a ver. Estaba igual de guapo que siempre pero no se me paró el corazón. Se paró la memoria. Se reseteó la felicidad por un instante y pensé que lo feliz que yo estoy lo cambio por todos aquellos largos días de dolor y amargura. Y sentí pena. Y quien sabe si por un momento pensé que mi lasciva venganza era perfecta.