"Quien quiera cambiar el mundo debe empezar por cambiarse a si mismo" - Socrates -

Search

"Quien quiera cambiar el mundo debe empezar por cambiarse a si mismo" - Socrates -

Los besos olvidados

Son 14 minutos de lectura

De cada una de las venas hinchadas en mis brazos se podía barruntar que aquella tarde de febrero sucedería algo que marcaría el después de mi vida, el después de ese maldito instante aunque también pudiera ser que resultase bendito.

No encuentro ahora explicación porque casi dos décadas después aquella desapacible y trivial tarde de febrero, sentado en el sofá de mi salón sin ninguna preocupación ni ocupación mental, de repente me dió por pensar que sería de Cristina. Si. Era el amor de mi vida pero me descolocó totalmente el porqué, después de cerrar con solvencia y sin lamentos toda nuestra historia, se alteró mi pensamiento aquella tarde, también aburrida y anodina, de mediados del segundo mes del año. No importa cual pero resulta que era su día numero catorce. Sin que esto influyera en aquel despertar y sin hacer partícipe de aquel momento a ningún exceso alcohólico ni a ninguna sustancia nociva, me saltó Cris a mi pensamiento.

Se me aceleró el corazón, se me alteró la paz y se sucedieron unos instante de confusión y abismo. Extrañado de sentir aquellos nervios en el estómago, esos alfileres quinceañeros recorriendome de arriba a abajo todo mi cuerpo salté del sofá y busqué la manera de cambiar lo que me estaba sucediendo. El corazón me latía más rápido y más fuerte que en cualquier carrera de las que había corrido y en la mente se desataron una serie de preguntas que evidentemente no tenían respuesta.

Donde estará? Qué será de ella? Se acordará de mi? Que pasaría si nos volviéramos a ver? Se habrá casado? Cuantos críos tendrá? Estará igual de guapa?

Solamente encontré una solución a tanta angustia. De forma natural me salió el deseo de hablarla. De contarla. Agarré el primer boligrafo que encontré en casa, busqué desesperadamente un papel donde poder escribir y empecé a dibujar unas letras que querían conformar una carta.

Si. De forma espontanea salió de no se que parte de mi el irrefenable deseo de escribirla, exactamente igual que lo hicimos los veranos que estuvimos separados.

Nuestro amor, que nos juramos sería eterno, se forjó en tiempos de teléfono fijo en casa y cartas de amor impregnadas en colonia. De citas puntuales, de preocupaciones extraordinarias por tener siempre cosas que hacer, de paseos agarrados de la mano, de broncas de nuestros padres por pasar demasiado tiempos juntos.

Era época de aprender y nosotros nos comimos el mundo a base de equivocaciones, felices errores. Nuestra veinteañera economía limitaba nuestros movimientos comparandolos injustamente con los tiempos que hoy vivimos pero eramos felices con cualquier resquicio de intimidad. Todos aquellos inundados de besos. Qué besucones eramos! Y que félices!

Aprendimos los dos a cosificar lo que habíamos visto en las películas adolescentes en un hilo conductor de nuestras vidas, un hilo que creímos que nunca se rompería. Hasta que se rompió.

Después de descender a los abismos y subsistir en la miseria emocional, atado y enganchado a un recuerdo eternamente feliz conseguí quererme lo justo y necesario para poder sentir con cierta estabilidad. Aquellos paseos cercanos a la inmolación, vagando por las ruinas de la desidia y por la pérdida involuntaria de un tiempo que jamás volverá, consiguieron que la ceguera emocional diera paso a unos hábitos de buenas costumbres y recuperase, además de unos cuantos kilos perdidos a base de disgustos, las ganas de hacer unas cuantas pocas cosas.

Cristina se esfumó. Tanto me obcequé en su olvido que solté amarras con todo lo que tuviera que ver con ella. En uno de los peores errores de mi vida, absolutamente invadido por la ira, quemé sus cartas de mujer enamorada y absolutamente entregada a mis encantos. Bueno, proyecto de mujer porque su juventud impidió que llegara a ese nivel. Aquella joven de lo que perdidamente me enamoré escribía unos textos cargados de una lucidez impropia de su edad, de una intensidad que conseguía llenarme plenamente de amor mis manos vacías. Quizás, y reiteró lo de quizás, aquella tarde de febrero vino a mi el subconsciente del error y me propuso enmendarlo. Vaya idea más ridícula y a la par que error tan fatal de unas consecuencias absolutamente trágicas para mi alma.

Con tinta verde, si, que extraño tener un bolígrafo de tinta verde compuse una carta preciosa. Llena de cariño aunque creo que demasiado preguntona, rindiendo pleitesia a una mujer-niña que me enseñó lo más elemental del mundo. Un carta que me llevó escribirla más de una cerveza porque aquello se demoraba y tenía que tragar como podía las emociones que mis letras hacían rememorar. No me hacían sufrir. Era feliz escribiendo pero sobre todo era feliz porque esperaba una respuesta.

Unas cuantas lineas después pero unas cuantas de verdad le puse el punto final. Dejé caer el boli sobre el papel ya arrugado. Un silencio aterrador se instauró en mi mente y al instante pronuncié con un hilillo de voz: «y adonde la mando?»

Entrelazé mis manos, apoyé los codos sobre la mesa y asenté mi barbilla sobre mis dedos de piel aspera y grosera. Me quedé pensando en un vacio donde obviamente no encontré respuesta a mi pregunta.

Merodeé la posibilidad de romper ese folio y tirar mi tarde a la basura pero llevé a cabo alguna de las lecciones aprendidas en la cautividad de mi alma y me decidí vehementeme por buscar a Cristina…


Lo primero que se me vino a la cabeza y así lo hice fue buscarla en Google. El sabelotodo tendría que darme pistas. Cristina Bestanzos Pérez. No dudé un instante en sus apellidos aunque yo siempre la resumía en Cris. Me descolocó que el buscador no me diera ninguna huella. Ni por texto ni por imágenes. No podía ser. No podía ser que Cris hubiera dejado de existir. Volví a escribir su nombre completo muy lentamente, no hubiera sido que hubiera alterado alguna letra de su nombre. Volvió el buscador a sugerirme personas que yo no buscaba.

Ya llevaba un rato alterado, acelerado y confundido emocionalmente así que me levanté del escritorio, me quité la camiseta de estar en casa y fui al baño. Me chapucé la cara con agua, fría, lo máximo que daba el grifo. Levanté la cabeza y con las gotas recorriendo mi faz macilenta, quedé por unos segundos mirándome fijamente al espejo mientras se aceleraba bruscamente la respiración hasta llegar a jadear. Rabia. En ese instante una rabia destellante profanó mi ser. Mi pasado no podía desaparecer para siempre tan fácilmente.

En la cocina agarré una cerveza, de las que a mi me gusta especialmente. La abrí, la serví con una calma totalmente antagónica a la palpitación de mi corazón. Cuando en la copa cayó toda la cerveza volví a la mesa de operaciones, a mi escritorio a seguir con mi búsqueda.

Más calmado divisé las formas de dar con ella. Lo primero que se me ocurrió fue llamar a su casa, recordaba el número sin ningún tipo de duda. Supongo que ahora sería solamente ya la casa de sus padres. Con Julia y Antonio tuve una excelente relación, me acogieron muy cariñosamente a sabiendas que les robaba a la niña de su casa. Supongo que ellos me verían como un prófugo de la razón al empezar a salir con con su hija tan jovencita. Me pudo la verguenza. Hacía más de diez años que no los veía y no fui lo suficientemente desvergonzado para llamarles. Siguiente posibilidad.

En mi agenda de teléfonos no tenía el nombre ni número de sus amigas del colegio. Así que volví a las redes sociales y en Facebook si que encontré rápidamente a dos amigas suyas. Las vinculé a mi contacto y las escribí a las dos por igual: «Hola, soy Jesús, el del cole. Que tal te va? Mira, voy al grano. Necesito contactar con Cris. No tengo su teléono ni ningún lugar donde escribirla. Me pasas su móvil? Espero sigas bien. Gracias por Contestar. Jesús. » A esperar…


  • Hola Jesús, me alegro saber de ti. Después de tantos años me resulta extraño hablar contigo. Te diré que a Cris la perdí la pista hace unos diez años. No se nada absolutamente de ella y hace un montón que no se nada de nada de ella ni he visto ninguna foto suya. Siento no ayudarte. Besos Paula

Me escribió, al día siguiente, su amiga del alma y a mi se me encogió el mio al intentar asimilar que su otro yo de la adolescencia no sabía nada de nada sobre Cris. Empecé a ponerme nervioso. Y aún me alteré más cuando al par de horas me escribió Elena

  • Ey Jesús, que pasa por ahí? Buf pues me pillas en mal día para recordarla. No se nada de ella desde hace una tela de años. Quizás ocho como quizás doce. No me acuerdo. Acabamos muy mal. Y nos dejamos de hablar. Siento darte tan poca información.

No me dio poca información Elena. Es que no me dio ninguna. Gastadas mis balas no me lo pensé y llamé a la casa de sus padres. Marqué agitado y….. «el numero al que usted llama no existe».

No supe, en aquel instante qué hacer. Estaba desolado y desorientado. No sabía aquella tarde de febrero como seguir mi búsqueda sobre Cris. Si sus padres no estaban, sus amigas habían perdido su pista necesitaba a alguien que me diera un dato, un señuelo, un rastro….

Me dio por recordar el entorno en el que se movía ella y di con el teléfono de un chico que fue su novio o algo así. No creo que la mereciera tanto como yo pero…. le llamé. Me presenté ante ese tipo, con voz pausada y serena cité su nombre y su apellido. Rápidamente cambió su espera por un brusca interpelación

  • Esa puta me jodió la vida. Se le fue de las manos nuestra diversión. Cago en todo tio, me has amargado el día. Y me colgó

Reconozco que me puse bruto. Después de colgarme, a ese tipo le empecé a dar voces exacervadamente como si aún me estuviera escuchando y ya había colgado hace un rato. A Cris nadie la llamaba puta y menos un desconocido para mi….


Necesitaba tranquilizarme, tener un momento de pausa en esa catarsis emocional y llegar a disfrutar de un instante de lucidez. Llevaba ya venticuatro horas tras la pista de una persona tan especial, tan inefable que, terco de mi, prometí no cesar en el empeño hasta encontrarla. Necesitaba saber de ella.

Bajé la luz a tenue en mi cuarto de lectura, fui a calentar agua para infusionar un rooibos y puse a sonar mi tocadiscos con música de Lorena Mckennitt. En la mecedora, mientras el lento va y ven, cerré los ojos. No niego que la imaginé en mis brazos pero ese no era el objetivo de mi nostalgia. Tenía un punto de irracional y otro tanto de romántico empedernido y ahí en el medio creo que estaba mi propósito. Volver a verla sonreir, sin más.

Conseguí relajarme y centrar mi modus operandi. Si Facebook y Google me habían dado la espalda, el teléfono tampoco lo tenía y sus amigas ya eran amigas, ¿qué carajo podría hacer yo?

Fotos. Exponer su foto. No hallé otro camino. Busqué una foto suya, solo la encontré en las que nos hacíamos juntos, pero recorte mi perfil. La arreglé de tal manera que ella y solo ella era el centro de atención. Su melena por la altura de los hombros con una raya ligeramente ladeada, un cabello castaño ligeramente moldeado, ojos castaños y no muy grandes , ligeramente achinados, su nariz punteaguda pero no prominente, sus labios adolescentes sin pintar dibujante una envidiosa sonrisa…

«Busco a Cristina Bestanzos Pérez, esta chica. Solamente es para decirla que la quiero» Se me ocurrió esa frase porque quería llamar la atención. La acompañé del hastag desaparecida, Salamanca, amordemivida. Publiqué en todas las redes habidas y por haber en este universo, se me escapaban de las manos tantos usuarios y contraseñas. Pero su foto, su preciosa foto era un grito desgarrador de ayuda.

Después de un ratito de desconexión y antes de irme a la cama encendí el ipad para ver si alguien había contestado. Para mi sorpresa entre mensajes, menciones y referencias tuve al menos diez pistas. Mis ojos, emocionados y precipitados empezaron a leerlos. Solo eso. Debería comprenderlos a la mañana siguiente…


No di opción ni siquiera al café de la mañana y arranqué el día con el ipad entre mis manos para buscar respuestas ya no estaba seguro de que las iba a encontrar, la verdad. Pero esa duda de esfumó enseguida porque me llegaron un buen numero de mensajes y como había diferentes personajes en las referencias que me daban opté por la opción de tomarmelo con calma para no precipitarme. Ducha, desayuno y cual detective empecé a leer todos los mensajes y a descartar pistas falsas.

Una persona me la localizó en Zaragoza desde hace un montón de años, otro hombre me habló desde Madrid diciendo que la había conocido trabajando en un supermercado y así algunos mensajes más hasta que hubo dos que tenían algo en común, por desgracia.

Un tipo me dijo que la conoció cuando ella trabajaba en una discoteca a las afueras de Castellón hace diez años, una mujer me dijo que había sido compañera suya en un pub de la zona porteña de Castellón y otra dama me dijo que habían trabajado juntas en un sala de fiestas cerca de Benicasim, Castellón. Ya eran demasiados mensajes coincidiendo en varios datos. A estos tres mensajes les envié respuesta. Era momento de pensar con cuidado. ¿que haría yo con sus respuestas? Por el momento, esperararlas. Así que cerré sesión de mi correo electrónico y me propuse desconectar un rato. Habían sido días de mucha incertidumbre. Quizás intranquilo porque me retorcía la idea de pensar en ella. No encontraba una verdad sustentada en algo coherente. Pero así somos. Así que a esperar….


Días después aparecí por la zona. Castellón. Bien lejos de mi casa y de la esperanza de encontrar lo que buscaba. Hacía un tiempo que no contemplaba el mar así que me fui al Grao y estuve un buen rato sentado en la arena con la mirada perdida en el mar como si en aquel infinito fuera a encontrar la solución. De tanto evadirme, de tanta soledad que habitaba esa playa durante el rato que allí estuve se me echó el momento de irme a la pensión donde me iba a alojar. Durante cuantos días? Quien sabe?

No es que mi apariencia fuera a dar pistas de algo en concreto pero busqué una ropa poco sospechosa. No quería aparentar policía, ni un proxeneta, ni un lobo solitario. Solo alguien con ganas de no estar solo. Así, después de anotarme los cuatro clubs que visitaría esa noche, me perfumé como si el objetivo fuera atraer la atención de una mujer. «Denisse» fue el primer club que visite. Antro no muy cercano a discotecas, oscuro y sin juegos de luces en la sala de bar. Negras, latinas y asiáticas. Mi intuición me dijo que nadie me daría pistas de Cris. De ahí fui a «Torba». Que nombre más feo para un club. Estaba seco. Pedí una cerveza y al instante una de las trabajadoras me vino a ofrecer sus servicios. Estilaba una actitud poco profesional, puta por accidente me dió la impresión. Quizás su pérfida sugerencia me hizo irme de local sin acabar la cerveza. Solo llevaba dos locales en mi excursión nocturna y ya me quería ir, quería abandonar mi misión. «Princesas». Con ese nombre solo podía ser un universo sabinista dije para mi. Y… ahí también había putas, coca y buena música. Esto último me llevó a sentarme en la barra..

  • Un ron añejo, con mucho hielo. Hacía sonar mi anillo sobre el vaso mientras la camarera servía mi copa, bien cargadita por cierto.
  • 15 euros, caballero; me indicó la chica mientras se quedaba a escasos centímetros de mi nariz apoyando su cabeza sobre su mano en su barbilla
  • 100, la dije, si me cuentas algo….

Seguirá, si me apetece

COMPÁRTELO

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

"Sólo los locos tenemos suficiente fuerza como para sobrevivir, sólo los que sobrevivimos podemos juzgar acertadamente lo que es la locura"

"Sólo los locos tenemos suficiente fuerza como para sobrevivir, sólo los que sobrevivimos podemos juzgar acertadamente lo que es la locura"