Tenía razón. Cuzco mola. Y si hay que decir que en ella estaba la verdad pues lo digo. No sería la primera vez ni será la última. Llegúe a la antigua capital del imperio castellano a primerísima hora del día, cuando los jovenes salían del boliche yo iba caminando un largo trayecto desde la terminal de bus hasta la mágica Plaza de Armas de Cuzco. Un lugar que impresiona y no porque sea excesivamente grande pero si por la armonía que produce a la vista y siendo el centro hegemónico de la parte antigua no resulta un caos como otras urbes americanas.
Es significativa y quiero contar mi llegada porque otra casualidad buscada me llevó a encontrar el mejor hostel de todo mi viaje. Caminaba yo a la hora de la primera misa de la Catedral perdido por las calles imperiales, con un aire a calles andaluzas, de pueblos blancos, con aceras muy estrechas y empedrados como carreteras cuando vi a una muchacha barrer un patio. Le pedí perdón por lo temprano del momento y le pedí posada. Tuve la gran suerte que había libre una habitación fuera de la casona. Perfecto, le dije, aunque tuviera que salir de las cuatro paredes para utilizar el aseo. La habitación de aquel hostel no tenía vecinos y era independiente de cualquier zona común excepto el patio. Fue una maravilla encontrar esa pensión en pleno centro de Cuzco con desayuno incluido con un horario amplisimo, un patio hermoso, un baño muy funcional por apenas nueve dolares la noche.
Aproveché el primer día para caminar mucho por la ciudad aunque ya digo que el único error capital de todos los días que pasé en Cuzco fue no hacerme amigo de nadie. Porque esa ciudad, con algun/a compañero/a de andanzas es un batiburrillo de oportunidades y cosas que hacer. Vida. Cuzco tiene mucha vida. Por eso, Diana tenía razón. Me lo había dicho.
Entusiasmado ya sólo con unas pocas horas en la ciudad visité, como no, el principal mercado, el de San Pedro y a la hora del almuerzo me tomé mi primer ceviche en suelo peruano. Qué sabor! Tan puro que no me resultó muy agradable por no ser conocedor de los sabores, esa lima, ese cilantro y esos choclos…y con una Inca Kola, por supuesto!
Cuzco me hacía feliz. No paré. La caminé por toda su zona antigua de norte a sur y de este a oeste entrando en museos, iglesias, tiendecitas, mercados y bares, por supuesto que sus bares. Se palpaba una ciudad turística y cosmopolita y es que es la gran ciudad más cercana a unos de los lugares más visitado del mundo, Machu Picchu. Preparé ese desplazamiento con mimo para no ir en el engañabobos del tren turístico que te deja en Aguas Calientes, hoy Machu Picchu ciudad. En un largísimo viaje en furgoneta nos dejaron a dos horas caminando de Aguas Calientes. Ya solo esa caminata por las vias del tren merecen la pena como aventura. Cuando llegué al hostel, al primero que me ofrecieron, merodeaba en mi cabeza la emoción de conocer uno de esos lugares más impresionantes del mundo. Y así es.
Machu Picchu impresiona. Bien es cierto que su explotación fotografica hace que la impresión sea menos impactante que otros lugares o monumentos. No obstante, es, por méritos propios un lugar impresionante, perdón la repetición. Mi ya lamentable aspecto fisico a estas alturas del viaje impidió que alcanzara la cima de Machu Picchu después de no se cuantos escalones. Pero en el descenso uno se queda aún más cautivado por el lugar donde fueron capaz de subir esos tipos hace quinientos años. Aunque la teoria de como habían construido todo eso la conocí el día anterior realizando la imprescindible excurisión del Valle Sagrado uno sigue conmocionado con esos pedruscos tan bien colocados y con tanto significado. Pasé un día estupendo. Y también me acordé de Bárbara porque a pesar de la tremenda aglomeración de gentes en el recinto encontré mi lugar, algo escondido, en donde sentarme y reflexionar un buen rato. Encontré la calma que ella me había contado y ahí arriba sientes una conexión, yo no se con quién pero es lo más cerca de la inmortalidad que he estado.
A la vuelta, bajando caminando desde Machu Picchu hasta Aguas Calientes, tuve la sensación de haber hecho algo que hay que hacer una vez en la vida obligatoriamente y por eso la conciencia tenía una percepción de tranquilidad y satisfacción enorme.
Al día siguiente, vuelta a Cuzco y la seguí gozando. Tomé un largo viaje, otro más hasta Arequipa y allí estaban de nuevo Eva y Marc. Iba a coincidir con ellos en los tres paises! Que bonita Arequipa. Allí nada más llegar a mi hostal , precioso, con su patio al estilo andaluz me fui a buscarlos a su hotel. Que alegría volver a verlos! Me aconsejaron que hiciera la excursión del Cañon del Colca. Que acierto fue acerles caso. Despúes de un maravilloso paseo por tan linda ciudad fui a contratarlo. A la mañana siguiente emprendí viaje a ese cañon impresionante que desciende una barbaridad de metros para al día siguiente subirlos por otra vertiente con un porcentaje de subida durisimo. Creo que fueron unas tres horas seguidas subiendo escaleras…fue duro pero la recompensa de la vista fue grata. De vuelta a Arequipa otra vez, no me alejaba de la compañia de Eva y Marc. Nos dimos el único capricho del viaje, una cena para despedirnos en el restaurante de Gastón Acurio, un chef muy prestigioso del Perú. Por treinta dolares probamos cosas exquisitas solo al alcance de bolsillos nacionales de medio y alto poder adquisitivo y de la mayoria de los visitantes extranjeros. Nos despedimos con pena porque al final fueron muchos dias juntos entre Humahuaca, Tupiza, Sucre y Arequipa. Muchos consejos y muchas historias compartimos.
De ahí me fui a Paracas y Diana seguia teniendo razón, en Perú casi no sale el sol. En Paracas mar. Pero mar gris. Un par de días y tenía en mente ir a Chiclayo.
Tengo una laguna de memoria en esos días del viaje, así que los últimos por contar son para el próximo capitulo.