Joaquín Sabina, Clint Eastwood, José Luis Garci, Bruce Springsteen… no! no se han muerto ni quiero que lo hagan. Ojalá estén aún mucho tiempo entre nosotros. Unos más que otros se acercan a ese punto trágico que tanto me preocupa pero mientras llegan a tan lastimoso trance me gusta rendirles pleitesía en vida y aunque ,lógicamente, ninguno de ellos leerá unas lineas mías no puedo por menos que, en vida, que es como se debe halagar, escribir unos parrafos sobre estos genios aunque empezaré ,sin pedir permiso al revisor, con el gran viajero que me acompaña desde hace tiempo y no es otro que el lumbrera crápula de Úbeda, Joaquín Sabina.
Como cualquier niño de los ochenta resultó imposible aunque no hubiera equipos de reproducción musical en mi casa no escuchar «Calle Melancolia», «Pongamos que hablo de Madrid» o «Así estoy yo sin ti». La tele, la caja tonta que a veces no dice tonterias, me permitió conocer a ese tipo triste y melancólico. Hasta ahí todo normal. Tiempo después vino el verano del 92, verano olímpico y que en mi primer exilio siendo un zagal me sirvió desde tierras barcelonesas para llegar a odiar a ese tipo al que un par de veces, si no más, al día en la radio le daban las diez, las once, las doce, la una y las dos….
No mucho despúes ocurrió que conocí a la persona por la cual escribo estos apartes y con quién además de escuchar a Los Ramones, a Siniestro Total, a Los Nikis y una tropelia de canciones inmundas empezé a frecuentar los tan hoy defenestrados karaokes. No era mayor para haber visto algunas cosas pero lo suficiente atrevido para pedir que él o Paco o Jose o Raul me invitaran a una cerveza en aquel antro, tiempos entonces, donde las monedas no habitaban en mi bolsillo y los billetes eran sólo cromos ausentes en mis álbumes de vida. Y eso que entre chupito y chupito intentabamos canciones variadas hasta que llegaba siempre la misma, un mano a mano entre Kike y Paco de «Calle Melancolía«. Y así unas cuantas noches, unos cuantos cierres del capítulo diario de viernes y porque no del sábado. Empezé a aprender del pecado y no ver nada por debajo de la falda de alguna, serían defectos de mi lozanía.
Y así llegamos al cambio de milenio y yo con mi sempiterna inocencia seguía acompañando una parte de la tarde y de la noche a la misma cuadrilla, ya con heridas profundas y cicatrices perennes perpetradas por la misma protagonista que escuchaba en canciones del autor andaluz. Y empezé a escuchar , un día y al siguiente también a Kike y Benito, en cualquier lugar que me los encontraba gritar unas pocas palabras a voces «…y regresé». ¿Qué coños era eso?
Yo no me había enterado, no era capaz de adivinar a que canción se refería. Y cuando, después de habernos ausentado de ese tipo de bares durante un tiempo, les escuché cantar a duo esa canción comprendí que volviamos a emprender un camino de fanfarrones, héroes de la noche, sin capa ni disfraz y sin manual de vuelo sin motor.
Lo peor del amor es cuando pasa, cuando al punto final de los finales no le quedan dos puntos suspensivos
Y a partir de ahí es cuando verdaderamente empezé a interesarme por la música de Joaquín, empezando por el disco que ya llevaba un par de años publicado, una obra de arte, una colección de canciones exquisitas, un manual de perdedores, un brevario de calaveras sin miedo a la muerte. No hay corte malo en ese disco y aunque busquen en mi colección casera de discos no lo encontrarán porque nunca lo tuve en propiedad. Esas piezas las aprendí de cassetes que hoy deben ser reliquias con sus derechos restringidos de amor. «A mis cuarenta y diez», «Donde habita el olvido», «Barbi Superestar» y muy especialmente «Ahora que…» engendraron mi tribulación hacía Sabina. Algo que ayudó mi primer trauma emocional y que además era el contrapeso al otro tipo de música que yo escuchaba en voz de Héroes del Silencio y Búnbury. Con Joaquin descubrí la poesia musical, la belleza rítmica, la importancia de conocer el idioma, el arte de encajar las palabras en la expresión adecuada, en la sencillez semántica y sobre todo y ante todo la belleza poetica a la que le atribuyo la cualidad de justicia poética.
Y aunque a Joaquín y a mi nos separan una retaila de vicios nos une al mismo tiempo un impúdico gusto por habitar los bares, frecuentar esos lugares santos y benditos que tantos momentos de inspiración y de crepitación, de subida al cielo y bajada al infierno, de correteos por la cintura de flores de un día nos han regalado. Los bares con sus cervezas, digestivos y demás licores alucinógenos, con nuestras calaveras en los dedos que sujetan los vasos, dibujan a boligrafo unas letras o teclean unas teclas para conectar almas separadas, que como las nuestras no se encotrarán pero que cohabitan en inmensa felicidad y connivencia.
Joaquín es el rey del verso. Esos que vienen y van, de estirpe corta y directa. Esos versos de contradicción masculina repletos de un léxico amplio, variado, de diferentes procedencias, esos guiños al castellano latinoamericano y sobre todo esa sencillez de significado, esa acertadisima forma de escribir retórica, esa capacidad de hacer enteder versos contradictorios como condición humana sin maldad y con cuotas de amor infinitas.
No es menos significativo que algunas de las personas a las que les encanta la obra de Joaquin son un poco como él, y son hombres y mujeres que viven su antinomia con dignidad pero arodillandose a la creatividad sabinera.
Siempre me ha asaltado la duda si la voz rasgada, rota, ajada de Kike, perdón de Joaquin Ramón Martinez Sabina era más autentica en sus canciones grabadas en el estudio o en sus canciones en directo. Yo lo tengo claro, como el directo no hay nada. No hay nada. Es inigualable. Pero a pesar de esto he decicado un tiempo de mi vida a hacer una lista de reproducción con diez de mis canciones favoritas del hechicero jienense en sus dos estados, primero en directo y luego en estudio. No se ni me importa si son las mejores pero se que son mis canciones.
Y que cada uno ponga el alma que quiera y las escuche con las contradicciones que le surjan. Escuchen y comparen y entre tanto disfruten.
Gracias Joaquin por enseñarme que las noches a parte de para cerrar los bares están también para escucharte en casa, propia o ajena, para besar pensando en tus versos, y para escribir, aunque sea a bajas horas del ya nuevo día, unas humildes letras pensando en ti, en tu genio.
Gracias Joaquin por existir….
Un comentario
Gracias por permitirme vivir un ratito en la Calle melancolía, estoy seguro que nos darán las 10 y las once muchas noches más de 500.
Un abrazo fuerte