Cuenta mi mujer a menudo que para la edad que tengo me conservo muy bien. No se como tomármelo si como un halago o un cumplido. Hago deporte, si, por necesidad moral más que física, por buscar una motivación y vaciar mi mente un par de horas, muchos días la mitad, sobre mis obligaciones como padre y marido, como marido y padre.
Bien es cierto que uno viendo a Piluca piensa que lo hago porque si no me conservo ella se irá de casa con otro. Lo jodido es que este chisme que a menudo los colegas me sueltan es verdad, pero yo callo, mi orgullo no puede situarse debajo de una daga. Este desvario injusto sólo por ceñirme al aspecto físico es un idealismo femenino del que no me puedo alejar, aunque lo desee. Ella, sencillamente es preciosa.
Cuando la vida nos dió una oportunidad, no se si bien si la tercera o cuarta vez que cruzamos nuestro caminos del deseo, no pensaba que despúes de tantas desventuras y fogeos acabara, la mujer de mi vida, siendo mi amor, mi compañera, mi amiga, mi bendecida.
Ahora cada vez que entro en casa y salen a recibirme mis dos pequeños, bueno, el niño no es mio pero como si lo fuera, es un pequeño detalle sin importancia, agradezco a Piluca la generosidad y comprensión que en momento aplicó a mi estado de locura y ausencia de cordura. Y con todo, en aquellos abrazos y besos buscados, germinó la historia definitiva.
Ella no lo sabe, quizás lo intuya, cada noche cuando nos dormimos tenemos la costumbre de decirnos buenas noches y no girar la cara. Ella cierra los ojos y yo jugando a trileros me quedo un ratito observandola mientras concilia el sueño lo tremendamente bella que es, la buena persona que vive en ella y la gran mujer que emerge de su ser. Me emociono y me enternezco solo de pensarlo.
No se si me cuido mucho, poco o lo suficiente pero se que verla a ella tan guapa me anima a no desentonar a su lado. Mujer alta, ni gorda ni flaca, con un busto preminente y unas piernas largas pero no anchas su figura me impone. Lo reconozco. Me siento muy pequeño a su lado. Aunque confieso, y no miento si digo que es así desde el principio, que su capacidad intelectual me enamoró desde el primer día y por ende me engachó a ella. Tiene una capacidad de discurrir las ideas y planteamientos que enmudece en mi la idea de rebuscar contradicciones. No es una rendición, es sencillamente una admiración.
Intento acariciarla todo lo mucho que me deja. Que mi mano signifique mucho más que alguna palabra que algún gesto. No hay mayor generosidad que hacer algo tan maravilloso como darme un hijo propio cuando ella estaba convencida de que no volveria a pasar por el jodido trance de parir. Nunca estaré lo suficientemente agradecido.
Apuesto que transitaremos juntitos hasta hacernos viejecitos. Que nuestros niños nos cuidaran tan amorosamente como Piluca nos cuida a los tres. No debe ser sencillo vernos desnudos todos los días, escucharnos nuestros pedos, percibir nuestros malos olores, compartir el baño todos los días de nuestra vida…
Admiro lo guapa que está. No es que sea guapa. Es lo guapa que se pone cada mañana, sencilla ella pero con un gusto exquisito y una discreción luminosa. Su aurea ilumina mi vida.
Pero su belleza son mis miedos, mis temores, mis retos y mis contradicciones. Tengo miedo a que no me vea guapo. Por eso no quiero verme con esa barriga de tonel colgando de mis pechos, tan oronda que no pueda ni darme la vuelta en la cama, tan grueso que me impida salir a pasear y caminar con ella y los crios. Quiero que me vea bien. Y si. Temor tengo que mi pequeñez un día no le sea suficiente para ella. Que otro la seduzca con artes persuasivas y decida vivir otra vida que yo no fui capaz de darle.
Soy conocedor de lo que ella quiere e intento complacerla en esta retroalimentación que es nuestra vida en común, detesto llamarla pareja porque aunque no tenemos ningún documento que acredite un estado civil para mi ella es mi mujer y yo me siento su hombre. Siempre unidos de la mano, entrelazados tantas veces como separados y distanciados. Su dadivosa presencia me descoloca. Ya no se si ella está a mi lado o junto a mi. Ese debate de donde y como debemos vivir.
Y ahora, con los niños bien dormidos y yo ocupando un lugar desconocido voy a ver si está durmiendo del lado que me puedo quedar observándola feliz y dichoso, y la abrazaría y acariciaría constante e infinitamente. Pero prefiero vivir con ella.