"Quien quiera cambiar el mundo debe empezar por cambiarse a si mismo" - Socrates -

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La esencia del ganador

  • 21 marzo 2010

Venía de un largo barbecho… el inviero había sido duro, extremadamente solitario y desalentador. La máxima temperatura la había alcanzado a la vera de la chimenea, con un trago profundo de insolente soledad. Con todo mi empeño salí dispuesto a tener nuevas aventuras, tan aburridas como las de cualquier noche, tan optimista como el comprador del cupón tan seguro como taxista del sábado pasado. Tenía sentido mi recorrido purulando por las barras de los bares, muchas de ellas tenía mi nombre grabado en su encimera, me conocen de sobra y no estoy tan seguro que esto sea una desgracia. Pero al caerse el vaso de mi mano en el sexto asalto del combate plasmé mi descalabro en mi frente, el porrazo contra el escalón fue descomunal y el gorila recogiendome del suelo como uno saco de basura me llevó a la conclusión de que sólo era eso, basura. Recogí todos tus besos en un emboltorio lleno de restos de comida y me fui.
Al amanecer no necesite despertador, los rayos de luz entraron por la diminuta ventana de aquella pensión. Era luz sucia, como mis manos, mi mente. Me levanté como un ágil púgil antes de que el árbitro disfrazada de recepcionista contara hasta diez. Zarandeando mi cuerpo, mi alma y mi espiritu alcanzé el primer bar de la avenida y ese pacharán me supo a redención. Empezé a recordar con su color el aspecto de tus labios. Su textura era la suavidad de tu piel y el frescor del vaso eran tus manos recorriendo mi cuello deslizandose tan dulzemente por mi espalda. Los hielos sonaron a final, un trago breve, intenso. Al intermediario le dejé lo mismo; mis respetos y un billete de color naranja. Quédese con la vuelta, le espeté. Había merecido la pena haber pagado esa apuesta.

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